Cuando me abordó en el baile, me pareció un don nadie. Le di un no por respuesta.
Después, cuando insistió, acabé cediendo, porque estoy en esa edad en la que empiezas a aprovechar lo que salga.
Al mes me regaló una preciosa gargantilla de ámbar, de un intenso color rojo, engarzada en una fina cadena de plata. Aquella noche, sellamos nuestra relación.
Cuando la Guardia Civil llamó a la puerta de mi casa y me preguntó por la gargantilla, pensé que la había robado para mí. Me hizo ilusión.
Pero no investigaban un robo, sino bisutería tóxica vendida en un mercadillo cercano.
Se llevaron la gargantilla y nunca la recuperé.
Me llamó por teléfono todos los días durante más de un mes. Nunca respondí a las llamadas.
Le puedo perdonar que el regalo fuera tóxico. Pero que fuera de un mercadillo, eso nunca se lo perdonaré.
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