El suyo había sido un matrimonio de conveniencia. Cuando conoció a Natividad él estaba desbocado como un burro en celo. Tenía dieciocho años, era feo, pequeño, tirando a obeso y poco hablador y las chicas de su edad tendían a ignorarlo. En la Academia donde estudiaba, en los bailes de los domingos y hasta en la pandilla, pasaban de él, porque los demás compañeros tenían también sus defectos, pero no tantos ni tan juntos.
Natividad
no era una joya precisamente. Tenía la cara llena de pecas, la nariz un algo
torcida, las tetas pequeñas y el culo grande. No estudiaba, no trabajaba y
desde luego, tampoco tenía mucho éxito con los chicos, que generalmente la
usaban como si fuera un kleenex. La usaban y a continuación la abandonaban.
Se
conocieron en un guateque en casa de Asunción, la prima de Natividad que era su
antítesis. Alta, rubia y guapa, aunque bastante creida de sus propias virtudes.
A mitad del guateque todos bailaban, menos él y Natividad, que sentados cerca
del aparato de música se miraban de reojo. Hasta que empezó la música lenta,
alguien bajó la intensidad de las luces y Fernando se decidió a sacarla a
bailar. Fue el principio de un corto noviazgo, un embarazo de gemelos y un
largo matrimonio.
Ambos
mejoraron con el tiempo. No es que Fernando creciese, pero adelgazó algo,
empezó a trabajar de comercial en una empresa de venta de maquinaria y
descubrió que era su vocación. Ganaba bastante dinero y a los diez años, cuando
murió el fundador de la empresa sus hijos, que tenían su propia vida al margen
del negocio, lo hicieron socio y dejaron en sus manos la gestión de la empresa.
A
Natividad no le desaparecieron las pecas, pero después del parto le crecieron
las tetas y cuando mejoró la situación económica del matrimonio empezó a
cuidarse e ir al gimnasio y el volumen del culo disminuyó sensiblemente, el
cuerpo se estilizó y sin ser guapa, tenía un buen pasar. Empezó a notar que
algunos hombres la miraban por la calle y le gustó.
Y
pasó lo corriente en tantos matrimonios. Los hijos, que estudiaban Ingeniería
Mecánica, se fueron a hacer un Erasmus a Alemania y ellos descubrieron que no
tenían nada que decirse y por no estar callados empezaron a discutir. Discutían
por todo, por el dinero aunque tenían suficiente, por las horas que ella pasaba
en el gimnasio y las que él dedicaba al trabajo, por el sexo o mejor sea dicho
por la falta de sexo. La hermana de Natividad, que le tenía envidia porque ella
se había casado con un borracho que le daba mala vida, le gustaba malmeter
entre el matrimonio y finalmente llegó el divorcio. Como tenían una casa
grande, un adosado en una urbanización de clase media, decidieron dividir la
casa y Nati tuvo derecho a una pensión. Fue entonces cuando Fernando se dio
cuenta que había hecho un mal negocio, tenía la mitad de la casa que antes,
pasaba una pensión a Nati y nadie le lavaba los calzoncillos ni le preparaba la
comida. Sexo ya no tenía antes y seguía sin tenerlo.
Y
empezó a buscar una solución para dar la vuelta a aquel mal negocio, igual que
hacía en la empresa. Y allí siempre se arreglaba para convertir en una
oportunidad lo que había sido un error.
Un
sábado en que no tenía planes para el fin de semana, salió a dar un paseo por
la urbanización. Hacía buen día y después de llevar su ropa al centro de
lavado, decidió entrar en uno de los bares dela zona social y pensar en sus
problemas mientras tomaba un apertivo.
Tenía
que recuperarla – llegó a la conclusión, después del largo paseo y los dos
vermuts que se tomó con una tapa de calamares fritos.
Bueno,
a ella y a los gemelos – rectificó para si mismo, casi avergonzado de haberlos
olvidado.
Dicho
y hecho. Tomás era hombre de pocas teorías pero de decisiones rápidas. Entró en
la confitería Ovetus y le compró un cuarto de kilo de bombones, de los que le
gustaban a ella. La primera idea fue comprarle una caja de medio kilo, pero
Nati cuidaba mucho su peso y los bombones están muy caros, se dijo.
Desde
el divorcio, aunque aún compartían el mismo techo hacían vidas separadas.
Dormían separados, procuraban no coincidir en las comidas y hasta evitaban
saludarse en la medida de lo posible. Pero Nati tenía la costumbre de comer a
las dos y media en punto, así que sabía cuándo llegar a casa para encontrarla.
Y
efectivamente, la encontró comiendo pero con su hermana Carlota, una mala pécora
que siempre le tuvo manía y que no pudo ocultar la alegría al saber que se
separaban. Así que optó por llamar a Nati a la salita:
-
Nati, por favor ¿puedes venir un
momento?
-
Estoy comiendo, con mi hermana – recalcó
Nati
-
Es solo un momento - contraatacó él.
Vino
de mala gana y no muy buen humor. Cuando le entregó los bombones se quedó más
extrañada que contenta
-
¿Y esto a que se debe?
-
Mujer, es solo un detalle ¿no sabes que
se celebra hoy?
-
Si, claro – dijo ella- hoy es 14 de
Abril, aniversario de la proclamación de la II República. ¿Por eso me traes
bombones?
-
No mujer, hoy hace 30 años que nos
hicimos novios – no estaba seguro, pero esperaba que ella tampoco recordase la
fecha.
-
Ni buena memoria tienes. Nos hicimos
novios en la playa un día que habíamos ido toda la pandilla de amigos. A
primeros de Julio de hace ventidos años.
La
sonrisa de Tomás se le congeló en la cara.
-
Y además, los errores no se celebran –
dijo Nati y volvió con su hermana dejándole con los bombones en la mano.
Fernando
no era tonto, se dio perfecta cuenta de que no tenía ninguna posibilidad de
recuperarla. Si se lo hubiera dicho enfadada, si le hubiera tirado la caja de
bombones a la cara, si le hubiera gritado podría significar que todavía quedaba
alguna brasa del antiguo fuego. Pero se lo había dicho con total frialdad e
indiferencia.
Así
que se buscó un apartamento en un barrio cerca del centro. No era gran cosa,
pero así se evitaría contribuir a los gastos del adosado, que eran mayores.
Lo
que más le molestaba era tener pasarle una pensión a Nati y además tener que
lavarse los calzoncillos y prepararse la comida. Era un dinero al que no le
obtenía ninguna utilidad.
Decidió
buscar una solución a lo de los calzoncillos, porque lo otro no tenía ninguna. Y
la encontró, se llamaba Laura y trabajaba en su Oficina, en el servicio de
limpieza.
Habló
con ella y llegaron a un acuerdo para que le hiciera las labores de la casa a
cambio de un estipendio económico.
Cuando
a finales de mes le pagó su primer sueldo, cayó en la cuenta de que le salía
más barata y le resultaba más útil que su exmujer.
-
Nunca aprendemos hasta que es demasiado
tarde – se dijo.
Para
consolarse se puso a comer el cocido que Laura le había dejado en el
frigorífico.
Y
de postre, peras al vino.
Imagen de Mohamed Hassan en Pixabay
0 Comentarios
Agradeceré tus comentarios aquí