Cristóbal se levantó, se duchó y se dio cuenta de que no le quedaban maquinillas de afeitar.
En la cocina, el desayuno le esperaba frío. Cuando acabó miró alrededor y percibió que esa no era su casa. Mientras se sentaba en el váter, reflexionó:
Mi vida no puede empeorar.
Pero Cristóbal, como casi siempre, se equivocaba.
Sin embargo se había levantado como cualquier mañana, las maquinillas faltaban del cajón donde siempre faltaban, la cocina era la misma cocina vieja y grasienta de todos los días, la ventana de la cocina le traía los ruidos sordos y desagradables de sus vecinos levantándose y el desayuno, como cada mañana, le iba a sentar mal porque estaba frío.
Y pensó que no era la casa la que resultaba extraña. Porque el problema es que él no era él.
Chasqueó los dedos y desapareció. Y la casa volvió a quedarse sola, como todas las mañanas.
Imagen de Lexica.art
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