Sobre el blog

Historias alegres que parecen tristes, historias rancias en busca de unas gotas de modernidad, relatos ingenuos pero cargados de mala intención

EL CANINO INDISCRETO (PRIMERA PARTE)

 

EL CANINO INDISCRETO (PRIMERA PARTE)




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No le habían enseñado a perder. Nació en un hogar acomodado, el padre dirigía un floreciente negocio de construcción y la madre daba clase de religión en un colegio gobernado por uno de esos grupos integristas que tanto abundan en España.

Desde el primer día fue el rey de la casa y nunca ejerció de príncipe destronado, porque a la madre, a los pocos meses del parto tuvieron que vaciarla y no tuvo más hermanos. Por lo menos más hermanos legales, porque el padre era un hombre extrovertido y dado a los placeres de la mesa y la cama.

En casa podía disfrutar de los primeros siempre que no fuera una de las muchas fechas en las que no se podía comer carne o directamente había que ayunar, según el estricto calendario que el padre confesor de su mujer le marcaba para los placeres del paladar. Don José siempre se arreglaba para tener una comida de negocios en esas fechas, donde corrían abundantemente los buenos vinos y licores, sin que faltaran tampoco los mariscos y las carnes más selectas.

De los segundos, desde el parto y la operación solo disfrutaba una vez al mes, en la fecha más apropiada según cálculos de las tablas del señor Ogino, revisadas por el padre Natalio. Y aún en esta fecha mensual, Purificación, nombre que le venía como anillo al dedo, aprovechaba para rezar en voz queda el rosario mientras el marido la cabalgaba con evidente desinterés mientras pensaba en visitar a alguna barragana conocida que le alegrase su triste pajarito. Y es que la buena señora nunca abandonó la esperanza de que un milagro la hiciese quedar embarazada. Lo rogaba todas las noches al Espíritu Santo y todos los días dejaba en la terraza una buena ración de migas de pan para alimento de las palomas. Pero nunca tuvo el anuncio esperado.

Si el matrimonio sobrevivió a tan dura prueba, fue porque había dos cosas que los unían con fuerza. El amor por Federico y la empresa y el dinero familiar, que procedía de la estirpe de Purificación y que su padre había dejado bien atado para que en caso de separación quedase en manos de su hija.

Todos eran conscientes de que el negocio iría a la quiebra si lo dejasen en manos de Purificación, que no tenía ninguna aptitud para ello, así que llegaron a un acuerdo tácito en el que don José se dedicaba a la empresa, a hacer crecer el dinero de la familia y a cambio tenía vía libre para sus pequeños vicios siempre que fuera discreto y Purificación se entregaba a los rezos, la enseñanza y a cuidar a Federico.

Y creció aprendiendo a aprovechar las debilidades de la madre para obtener todo lo que quería y aprendiendo de su padre que la buena mesa y las mujeres malas eran lo mejor de la vida.

Al llegar a la Universidad se había convertido en un joven atractivo sin ser guapo, con dinero y acostumbrado a tener todo lo que le apetecía. Y como era de natural sociable siempre tenía a su alrededor amigos y amigas dispuestos a ayudarlo a disfrutar de los placeres terrenales, fueran los que fueran.

  • Federico, hijo, esta tarde empieza la novena de San Francisco Javier – le decía la madre con la esperanza de que la acompañase a la iglesia.

  • Ya me gustaría acompañarte, pero quedé en ir a casa de Vicente a estudiar – respondía este.

Purificación no sabía quién era Vicente, con tantos amigos, los confundía unos con otros. Y casi prefería no preguntar mucho.

  • Es muy bueno – pensaba – pero un poco atolondrado.

  • Mamá, préstame 5.000 pesetas, que ando un poco escaso de dinero y tendré que llevar unos pasteles para la madre de Vicente – decía Federico mientras le daba un beso en la frente.

  • Pero ¿ya gastaste las que te dí el domingo? – decía la buena señora, pensando que solo estaban a martes.

  • Mamá, la vida está muy cara – y ponía gesto de quien no le llega el sueldo a fin de mes.

  • Ya lo sé, hijo, ya lo sé – Y Purificación lo decía con sinceridad, ella que nunca había pasado ningún tipo de escasez económica. Y claro, le daba el dinero.

  • Cuando papá me de la paga, te lo devuelvo – le decía Federico, sin ninguna intención de hacerlo.

El padre pensaba que su hijo tenía que disfrutar de la vida ahora, antes de que se tuviera que hacerse cargo del negocio y casarse y tener una familia. Se lo decía con frecuencia a Conchita, una pelirroja de grandes pechos y culo respingón a la que había puesto un piso que no había podido vender de su última promoción en el centro, mientras trasegaba Cardhu, su wiski de malta preferido y de paso se trasegaba también a Conchita, que para eso le costaba un dineral todos los meses.

  • Después le pasará como a mí, todo el día trabajando y al final para que la mitad se lo lleve este gobierno de rojos.

A don José no le llevaba la mitad, ni la cuarta parte, ni siquiera el diez por ciento el gobierno, que para eso tenía buenos asesores. Algunos concejales si se llevaban un buen pico a cambio de engrasar los mecanismos que le permitían levantar edificios en terrenos hasta entonces no edificables.

Y tampoco era verdad que estuviera todo el día trabajando. Cualquiera de sus capataces o sus obreros trabajaba más horas que él, a no ser que se considerase trabajo las francachelas con clientes, amigos, putas y en algún caso también con putos, que había que probar de todo.

Cuando Federico cumplió veinticinco años, don José lo invitó a comer un viernes de cuaresma, de esos que en casa son de ayuno. Comieron y bebieron a gusto y sin restricciones y con los licores, ya un poco colorados por los vapores etílicos, don José se puso serio:

Federico, ha llegado el momento de que sientes cabeza.

  • ¿Qué quieres decir, papá?

  • Tienes que casarte, Federico.

  • Soy muy joven, quiero disfrutar un poco más de la vida.

  • Mira, es una oportunidad única. Sabes que don Francisco Garcia-Ribalta es uno de los mayores propietarios, o quizá el mayor, de terrenos en la provincia. Y solo tiene una hija, que está en edad casadera.

  • Si, Paloma. La conozco, coincidimos en alguna fiesta de las que organiza mamá para recaudar fondos.

  • Si, ya lo hablé con tu madre y le parece una buena elección.

  • Pero es muy sosa y simplona. Todo el día hablando de santos y devociones…

  • Mejor para ti, hombre. ¿No te das cuenta?

  • ¿De qué?

  • Déjala que se dedique a la iglesia y tú tendrás las manos libres para vivir tu vida.

  • No sé, papá – Federico dudaba.

  • No hay nada que saber. Y a partir de mañana empiezas a trabajar en la empresa. Como ayudante personal mío, que ya va siendo hora que empieces a conocer el negocio.

  • Pero papá, me quedan cuatro asignaturas para terminar la carrera.

  • Eso, déjalo de mi cuenta.

Cuando estaban llegando a casa, don José le cogió por el hombro y le dijo muy serio.

  • Te voy a dar una regla de oro para que todo te vaya bien en la vida.

Federico se resignó a soportar un largo discurso de su padre, de esos que los padres suelen dedicar a los hijos sabiendo que sus palabras no servirán de nada. Pero se equivocó, porque fue un consejo corto:

  • No des ningún escándalo y podrás hacer lo que te de la gana.

Federico nunca lo olvidó.




Imagen creada con IA


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2 Comentarios

  1. Creo que si Federico juega bien sus cartas, le aguarda un buen futuro por delante.

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    1. Amigo Cabrónidas, la solución el próximo viernes. Pero me temo que no es la que tu supones...

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