Sobre el blog

Historias alegres que parecen tristes, historias rancias en busca de unas gotas de modernidad, relatos ingenuos pero cargados de mala intención

AQUELLA NOCHE

 

AQUELLA NOCHE




Dulce, aunque no hacía honor a su nombre, era sin embargo una chica seria y trabajadora, que aspiraba a tener una vida normal, una familia normal y unos hijos para quererlos.

Salía con un chico listo, Severino, que un día de primavera la dejó porque seguramente había encontrado a otra que le gustaba más, o que tenía más dinero o que vaya usted a saber, era más guapa y más simpática.

El problema llegó cuando al cabo de un mes, Dulce supo que estaba embarazada.

Primero llamó a Severino y le explicó el problema. No le pidió nada, porque no sabía que pedir.

-          Lo hablo con mi familia y te llamo para ver como lo solucionamos – dijo él.

La siguiente vez que intentó llamarlo, al cabo de una semana, se enteró que el número de teléfono había sido dado de baja. No volvió a saber nada de él.

Después se lo dijo a sus padres, que animosamente la animaron a marchar de casa y buscarse la vida.

-          Cuando lo hayas solucionado, puedes volver.

Solo tenía dos posibilidades. Podía abortar o dar el niño en adopción.

-          Quiero darle una oportunidad, se dijo – y aceptó la adopción.

Solo supo que había parido un varón y que tenía una mancha de nacimiento en el brazo derecho, con forma de un melón o un balón de rugby. La había heredado de ella, que tenía una igual, pero en el seno derecho. Le dijeron que la familia que lo adoptaba eran gente seria, decente y con buena posición económica.

Por mediación de los servicios sociales encontró trabajo en la casa de un médico que la había atendido en el parto. El primer día tanto su esposa como él fueron muy amables, pero a la primera vez que quedaron solos en casa le metió mano. Ella protestó, lloró, pensó en pegarle.

-          Anda, tonta. Si ya sé que tienes experiencia.

Quiso marchar de aquella casa, pero no sabía a donde ir. El médico, viendo la escandalera que había montado la vez anterior, se conformaba con tocarla, manosearla y decirle alguna grosería cuando no estaba su mujer.

Los jueves y los domingos, en su tiempo libre, salía a pasear por no estar en aquella casa. Y una tarde conoció a Alberto. Era amable, la invitaba a helados y la llevaba al cine.

Necesitaba contarle su angustia y su pena a alguien y se la contó a él. Se indignó, le pareció que por fin alguien la entendía, alguien la quería.

-          No puedes seguir en esa casa. El próximo domingo te llevo con unos primos hasta que encuentre un piso donde nos podamos mudar los dos juntos.

No supo si de verdad eran primos de Alberto, pero aquella era una casa de citas. Trató de escapar, de tirarse por la ventana o de hacer lo que fuera para salir de aquel infierno. Pero varias dosis de heroína la domesticaron y la dependencia la hizo resignarse. Se prostituía, se drogaba e intentaba dormir sin pensar en nada, sin acordarse de nada. Solo la falta de la droga la hacía volverse loca y entonces estaba dispuesta a cualquier cosa por una dosis.

Pasó por varios pisos de varias ciudades distintas. Si hubiera pensado en ello, se habría dado cuenta de que cada vez los pisos era más pequeños y más tristes, los clientes más groseros y más desconsiderados y la heroína cada día estaba más cortada. Se hubiera dado cuenta de que era una mercancía que perdía valor. Con el tiempo sus amos de turno, la pusieron directamente a hacer la calle en las zonas más deprimidas de las ciudades por donde pasaba. Tuvo varias infecciones, pero el SIDA parecía respetarla.

Pasaron veinte años, cumplió los cuarenta, pero cuando no estaba maquillada aparentaba más, con su cara pálida, sus ojeras marcadas y aquellos ojos continuamente febricitantes. Todavía tenía un buen cuerpo, pero las marcas de pinchazos en los brazos y en el cuerpo alejaban a muchos clientes.

Un día notó que tenía ardor al orinar y fue a consultarlo. Era una blenorragia, pero le hicieron también las pruebas del SIDA y dio positivo.

Volvió desesperada al antro donde vivían ella y cuatro chicas más y se echó a llorar en la cama. Cuando apareció el rufián que las controlaba y se enteró del motivo del disgusto, le dio una buena paliza. Acababa de perder una fuente de ingresos.

-          Inmediatamente te vas a la puta calle – le dijo

Solo pudo llevarse la pequeña maleta que había traído con dos mudas, un vestido ya bastante gastado y la foto de sus padres a los que nunca había vuelto a ver. Y un abrigo viejo con varios años de uso.

Tuvo suerte de que no le registraran los bolsos del abrigo. Allí tenía todos los ahorros de veinte años de dolor y humillación. Lo contó, eran doscientos veinticuatro euros.

No sabía qué hacer ni a donde ir. Y decidió volver a su ciudad.

Entre el billete, un bocadillo que le sirvió de comida y cena y dos dosis de heroína, gastó ciento cuatro euros. El primer día que pasó en la ciudad buscó una pensión, pero eran muy caras. Decidió dormir en la calle.

Pedía limosna para comprar droga y comía lo que podía. Dormía en los bancos del parque. Pensaba que estaba mejor así que aguantando los golpes de un rufián. En alguna ocasión intentó abusar de ella algún zaparrastroso que estaba drogado o bebido, pero no había tenido problemas para desembarazarse de él. Tenía una navaja de 20 centímetros de hoja y nada que perder. Así que cuando la veían revolverse con rabia, la dejaban tranquila y seguían su miserable camino. A veces, por las noches, cuando no estaba con el mono pensaba en que por lo menos el hijo tendría una vida buena y decente. La hacía sentirse mejor pensar que había tomado la decisión adecuada.

Un día, en mitad de la noche, la despertó un fuerte dolor en las costillas. Abrió los ojos y vio a cuatro niñatos, vestidos como nazis de película y con la insignia de un conocido grupo ultraderechista. Intentó coger la navaja, pero le descargaron un fuerte golpe en el brazo con una cadena y sintió crujir el cubito y el radio del antebrazo y romperse.

El que parecía ser el jefe, con su cazadora de piel buena, sus botas relucientes y tachonadas de clavos y un bastón acabado en una aguda punta de acero, se rió al ver su cara de dolor.

-          Vas a morir, por guarra.

Y levantó el bastón para pegarle un golpe en la cabeza. Acostumbrada a protegerse de los golpes, de forma automática levantó en otro brazo y lo miró tratando de adivinar la trayectoria. Y entonces vio en el brazo derecho del agresor la mancha en forma de balón de rugby. Y vio su cara, que era muy parecida a la cara de quien le había hecho un niño hacía ya veinte años. Y los ojos azules, igual de azules que los suyos.

Recibió el golpe en el hombro derecho y quedó don los dos brazos inutilizados. Y él levantó la pesada bota y se dispuso a darle una patada en la cabeza. No intentó defenderse, solo lo miró y sintió que la cara de aquel joven expresaba mucho más miedo al ir a rematar a una mujer indefensa que el que sentía ella dejando la vida en aquel parque. Era una cara llena de miedo y de odio.

Y pensó mientras se moría que igual tendría que haber abortado.

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3 Comentarios

  1. No cabe duda de que el muchacho era un aborto de persona. En un futuro lo veo militando en algún partido político conservador.

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    1. Un aborto de persona en una sociedad abortada

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    2. Espero que estas personas no tengan futuro. Gracias por tu comentario

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