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En Agosto, toca recordar relatos ya publicados. Léelo, es refrescante como un helado de basura
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Indalecio
Fernández de la Bella Casa siempre fue un hombre dado a las orgías y la vida
depravada. A la tierna edad de los 14 años, ya tenía como amantes a una prima
segunda de su niñera y a una deliciosa mulata que conoció un día de borrachera,
en un lupanar instalado en un pequeño chalet frente a la casa del Arzobispo
exiliado de Mongolia, D. Javier González de las Pías Obras. Con el paso de los
años hizo un máster de Recursos Humanos en la universidad de Chicago y se
especializó en la gestión de despidos masivos en grandes empresas de Estados
Unidos. Alternaba el adelgazamiento doloroso de plantillas con la depredación
masiva de distintas aves solitarias de la noche, dejando a su paso miles de
familias rotas por la miseria y decenas de prostitutas y drogadictas asesinadas
mediante las más refinadas técnicas de tortura, siendo una de sus preferidas la
ablación de clítoris a mordiscos. Cuando la policía, aunque de mala gana,
empezó a investigar las recurrentes desapariciones de mujeres pobres y
degradadas, decidió volver a la patria nunca olvidada y se estableció en
Madrid, donde sus sofisticadas habilidades profesionales fueron muy bien
recibidas por ciertos empresarios ávidos de unas nuevas y más modernas técnicas
de relaciones laborales.
D.
Javier González de las Pías Obras, a pesar de haber dedicado toda su vida a la
entrega a los demás y la oración, nunca fue un hombre feliz. Huérfano de madre
desde su nacimiento, su padre el marqués de las Altas Sierras murió durante la
guerra civil. Coronel de las tropas nacionales, resultó indigestado al parecer
por unas gambas a la plancha en mal estado comidas en una reunión de Estado
Mayor y entregó su vida por la patria.
Nuestro
infeliz expósito, ingresó muy joven en un seminario, donde arrastró siempre el
complejo de ser noble, rico y alto, en un mundo de posguerra que se
caracterizaba por todo lo contrario. Para conseguir superar estos traumas
solicitó ir a las misiones, llegando a ser Arzobispo de Mongolia en el exilio,
ya que las autoridades comunistas de aquel país, con buen criterio por una vez,
nunca le permitieron entrar en el mismo. Hombre atormentado por las apetencias
carnales, pues siempre fue partidario de un buen filete de ternera o alguna
pieza de caza bien preparada, por espíritu de purificación y penitencia se hizo
vegetariano. En su deseo de identificarse con los más pobres a pesar de su más
que saneado patrimonio familiar, heredado de su padre y de cuatro tías
solteras, todas ellas ricas, nobles, frígidas y estériles, se postuló después
de la muerte del dictador Franco como capellán del Partido Comunista, lo cual
fue rechazado por el Comité Central del mismo, alegando que bastante penitencia
tenían con aguantar a Santiago Carrillo como Secretario General y aceptar la
monarquía para evitar la cárcel. Murió a los 62 años de una cirrosis hepática
producida por las múltiples mortificaciones con que castigó su vida. Fue
reconfortado en sus últimos años por el cuidado de una médica naturópata que a
base de especiales masajes logró que empezase a vislumbrar en esta vida la
felicidad que bien ganada tiene para la otra. Amén.
Juliana
Peláez de la Buena Traza es un caso de vocación precoz. Interesada por la
Sanidad desde su más tierna infancia, a los cinco años fue descubierta por sus
padres haciéndole una exploración rectal al vecinito del tercero izquierda.
Este hecho marcó a ambos para siempre. El vecinito llegó a ser amante de un
conocido industrial que más tarde alcanzaría la fama por ser uno de los mayores
deudores de la Hacienda Pública y ella una de las mejores médicas naturópatas
del país, experta en relajación corporal y curación en base a las diversas
técnicas del masaje.
Cursó
Medicina de forma brillante en la Universidad de Cercedilla, donde su padre era
Rector Vitalicio merced a sus amores con la esposa del barón propietario de una
finca de secano, que casi desinteresadamente cedió para construir la
Universidad, a un precio solo del doble de lo que le había costado hacía menos
de un año. Si bien es cierto que esto le supuso un pingüe beneficio, una cuarta
parte del mismo se la tuvo que colocar en Suiza a un amigo Director General con
el que habitualmente tomaba güisquis y compartía confidencias sobre Contratos
del Estado.
Juliana,
una vez licenciada y deseosa de conocer más a fondo las interioridades del
cuerpo humano, viajó a Chile en el año 1974, donde como especialista de la DINA
colaboró abnegadamente en ayudar a los prisioneros políticos a descargar su
conciencia contando hasta los más recónditos pensamientos que escondían. Mujer
caritativa, procuró en esta tarea que la confesión no se produjese de forma
excesivamente rápida, a fin de que mediante la penitencia que producían sus
cuidados a los prisioneros, abandonasen este mundo totalmente purificados, y
con todos los huesos metódicamente rotos y triturados, dicho sea de paso.
Después
de varios años dedicada a tan ejemplar tarea, decidió dar un nuevo rumbo a su
existencia vital y con la intención de conocer nuevas culturas y realizar
estudios más profundos sobre la sexualidad humana, se colocó de puta en un
lupanar de Uagadugú, capital de Burkina Faso, donde especializada en prácticas
sadomasoquistas alcanzó cierta celebridad con el sobrenombre de “La Capadora”
por su afición a apretar fuertemente las mandíbulas durante la práctica de
ciertas especialidades de sexo
bucogenital que sus clientes apreciaban aún con gran temor.
Obligada
a seguir un tratamiento intensivo de estreptomicina, debido a varios chancros
sifilíticos en sus cuerdas vocales, se desplazó a la península, y una vez
curada de sus dolencias abrió una consulta especializada en masaje ayurveda que
aprendió de un maestro huido de Sri Lanka por ciertos malentendidos con una de
las esposas de un jefe guerrillero de la
minoría tamil a quien no le pareció bien que los masajes aplicados con aceite
tibio los hiciese sobre el monte de Venus y la zona anal en vez de la frente
como está escrito en las prácticas del śirodhara. Seducida por la técnicas
orientales se especializó posteriormente en los masajes thai, especialmente en
la estimulación dolorosa de los puntos y meridianos del cuerpo, teniendo
gran aceptación sus innovadores masajes terapéuticos con guante de esparto.
Una vez muerto su mejor cliente, el
arzobispo de Mongolia en el exilio, trabó amistad con Lupercio Fernández
Verdugo de España, insigne economista y alto funcionario encargado de la
Promoción del Empleo en el último gobierno neoliberal elegido y soportado por
todos los españoles. Alcanzó importante notoriedad entre ciertos sectores ultra-liberales,
por proponer un decreto-ley instaurando el despido obligatorio cada seis meses
para todos los trabajadores excepto los de alta dirección, con el argumento por
otra parte bastante consecuente, de que si el despido libre generaba confianza
entre los empresarios y por tanto generaba empleo, el despido obligatorio tenía
que generar más, puesto que obligaría a realizar nuevas contrataciones masivas
por los menos dos veces al año.
Hombre
extenuado física y mentalmente por sus múltiples obligaciones, descubrió en los
novedosos métodos de relajación de la doctora Peláez de la Buena Traza una
forma de encontrar el sosiego al final de sus intensas jornadas laborales para
la alta Administración del Estado. Quizá alguien con una mente menos abierta y
liberal que él, hubiera encontrado excesivos los baños de lejía, los masajes
basados en látigos de cuero seguidos de friegas con alcohol y las
masturbaciones con guantes de esparto que esta le realizaba, pero a él le
servían para liberar su espíritu de aquella sensación de malestar que le
causaban los inevitables focos de miseria y desesperación que su agresiva
política de dinamización de la economía y el empleo creaba entre un sector
marginal de la población de un 48,8 por ciento de la misma, según las últimas estadísticas.
Como
la patria es madrastra con sus hijos más preclaros, hubo un cambio de gobierno
y desalojaron a su partido de derecha ultramontana del ministerio.
Desesperado
por encontrar una digna ocupación para sus altas miras, en una noche de orgía
en un lupanar exclusivo del centro de Madrid, descubrió los placeres de la
antropofagia mezclada con altas dosis de cocaina y le desgarró la garganta de
un mordisco a una rumana que apenas hablaba español y tenía un vello púbico de
un curioso color rojizo.
Cuando
fue descubierto por los servicios de seguridad de la conocida mansión, se había
comido medio brazo de la rumana y se disponía a empezar con el pezón derecho.
Amable pero firmemente se le hizo saber que debía abonar 10.000 € por los daños
y que sería mejor que no volviese por aquella casa.
Eso
llevó al ilustre prócer a iniciar una carrera de cazador solitario, buscando
sus víctimas entre un nutrido grupo de aves de noche, compuesto por prostitutas
callejeras, drogadictos y en alguna ocasión, colmo de delicatesen, niños
mendigos.
Una
noche, cuando estaba a punto de atacar a una presa, una joven senegalesa a la
que llevaba acechando desde hacía horas y que suponía bien macerada por los 6
viajes que esta había dado con distintos hombres a una mísera pensión de las
que alquilan las habitaciones por horas, fue atacado en la oscuridad y se
inició una sorda batalla sin más reglas que la propia supervivencia ni más
objetivo que acabar con el contrario. Terminaron ambos con varias heridas
mortales de necesidad.
Aunque
él no lo supiera el furioso oponente era Indalecio Fernández de la Bella Casa, un
avezado cazador solitario de las cloacas y seguramente hubieran constituido una
fructífera sociedad si se hubieran conocido en otras circunstancias.
Agonizantes,
fueron descubiertos por varios
drogadictos que en aquel momento compartían jeringuillas, todas repletas de
retrovirus del SIDA. Los despojaron de sus carteras, los sodomizaron mientras
agonizaban y los arrojaron al Manzanares donde fueron devorados por los mismos
peces, malolientes y sucios, que pueblan los ríos en las zonas urbanas que
atraviesan.
Si los hubiera visto algún filósofo de los que buscan la verdad en los vapores del alcohol de garrafa de las tabernas de última hora, seguramente habrían dicho:
Ponme otra ronda, Paco. Que huele a muerto.
Así sea.
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