Sobre el blog

Historias alegres que parecen tristes, historias rancias en busca de unas gotas de modernidad, relatos ingenuos pero cargados de mala intención

EL PAQUETE

 

El paquete
                                             Imagen de Devanath en Pixabay


Al volver del trabajo encontré que me habían dejado un paquete al lado de la puerta. Era un envío de Amazón, pero no recordaba haber pedido nada en los últimos tiempos. Al fijarme en la dirección del paquete vi que venía dirigido a Manuela González Vázquez y el piso indicado era el 6ºF. Yo me llamo Manuel García Vázquez y vivo en el 4ºF. Bajé al buzón a comprobar cómo se llamaba la vecina del piso 6ºF y efectivamente su nombre coincidía con el que indicaba el paquete. Decidí subir a llevárselo y explicarle el error, por si se repetía en alguna ocasión dadas las coincidencias.

Cuando me abrió la puerta, lo primero en que me fijé fue en un retrato de un cadáver echado en su caja y con las manos cruzadas sobre el pecho. Tenía una extraña cara de felicidad para un muerto. Debajo del retrato, sobre un pequeño aparador dos velas encendidas y entre las dos un reloj de bolsillo y un encendedor de plata.

-          Es mi marido – dijo mirando el retrato- Murió hace cinco años y desde entonces mantengo encendidas dos velas para que vea que no lo olvido.

Me hizo pasar a una salita amueblada con cuatro sillas alrededor de una mesa de centro y una librería que ocupaba toda una pared y que estaba repleta a rebosar de libros.

-          Mi marido era editor – me dijo

-          ¿Quiere tomar un café? – había una súplica en su voz, y no supe negarme.

Se dirigió a lo que supuse era la cocina y al momento regresó con una bandeja de plata que contenía dos jarras, una de café y otra de leche, dos tazas de porcelana de sevres, dos cucharas también de plata, un azucarero de cristal de murano y unas pastas.

-          Le acompañaré, yo a esta hora siempre tomo café – me dijo

Se sentó y entonces me fijé en ella. No parecía ser mayor, calculo que tendría unos cuarenta años pero bien llevados. Se había quitado el pañuelo con el que recogía el pelo, que era de color castaño, ondulado y le llegaba a los hombros. Unos rasgos regulares y de una simetría casi perfecta servían de complemento a su ojos  almendrados, de color miel y una miraba profunda y envolvente que me cautivaron al instante. La bata ajustada dejaba adivinar unos pechos pequeños y turgentes y unas piernas perfectamente moldeadas que ella cruzó suavemente dejándome ver parte de sus muslos.

Pegué un sorbo al café, en el que reconocí el aroma del café turco que usaba en mi casa y ella empezó a hablar suavemente, con su voz dulcemente hipnótica:

-          - Hoy es el aniversario de su fallecimiento. Fue una historia de amor muy bonita y no lo he olvidado ni un solo día desde que me abandonó – Esto lo dijo con un tierno tono de reproche.

Yo no sabía que decir. Estaba prisionero de aquella voz dulce y aquellos ojos profundos.

-         -  En todos los aniversarios anteriores siempre apareció algún hombre que me permitió recrear aquel amor. Es mi homenaje a su recuerdo – concluyó.

Se levantó despacio, se acercó a mí y me tendió su mano. Me dejé llevar hasta una habitación presidida por una enorme cama ya abierta y esperando quien la habitase. Me empujó suavemente hasta quedar echado de espaldas y se abrió la bata, debajo de la cual no llevaba nada. Tenía un cuerpo espléndido, pero yo seguía sin apartar mi vista de su magnética mirada.

Y entonces lo ví. La pared del fondo estaba vacía excepto por un cuadro colgado extrañamente cerca del techo. Era la fotografía de una Mantis Religiosa mientras devoraba al macho que acababa de fecundarla.

Mientras se acercaba a mí temblé de excitación, morir en sus brazos era todo lo que deseaba en ese momento.

En ese momento desperté. A mi lado, en la cama, dormía plácidamente Manuela. Llevamos casados treinta años.

Sentí que todo hubiera sido un sueño.

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