Pedro siempre se sintió marginado. Medía un metro
cincuenta escaso y le sobraban por lo menos quince kilos. Le faltaban la mitad
de los dientes, por lo que su sonrisa mellada resultaba un poco ridícula.
Un día en el bar del barrio entró un enano. Medía por lo
menos veinte centímetros menos que Pedro.
-
Mirar, mirar, un enano – y se rio en voz
alta, varios tonos por encima de su timbre habitual de voz.
Los clientes del bar se rieron.
Pedro se sintió bien, invitó a una ronda a los
contertulios, y se marchó feliz a casa. Por una vez él estaba entre los que se
rieron de otro.
Los parroquianos del bar que quedaron comentando la
salida de Pedro. Se rieron de Pedro y del enano.
Ya en su cama, Pedro se sentía muy satisfecho recordando
la anécdota
-
Y si encima hubiera sido negro, nos
hubiéramos partido de risa – pensó justo antes de quedar dormido.
Imagen creada con IA DALL.E
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