Sobre el blog

Historias alegres que parecen tristes, historias rancias en busca de unas gotas de modernidad, relatos ingenuos pero cargados de mala intención

EL CAMPESINO Y EL SACERDOTE

 

EL CAMPESINO Y EL SACERDOTE





El campesino se levanta al alba. Desayuna  las viandas que le prepara la mujer y se va a trabajar a sus campos. Siembra trigo para comer y cebada para alimentar a sus animales y hacer cerveza. Cuida de los árboles que le proporcionan frutas y mantiene una huerta donde cultiva hortalizas y legumbres.

El campesino vive con su mujer en las afueras de la aldea. Sus campos están a una legua de distancia y para llegar a ellos tiene que pasar al lado de la casa del carretero.

El carretero hace largos viajes a otras poblaciones llevando y trayendo las mercancías que se necesitan en cada lugar. Esto le hace pasar muchos días fuera de su casa.

Delante de la puerta de la casa, se encuentra al sacerdote, postrado en una zanja al lado del camino. Parece haberse retorcido un pie y no puede caminar. La mujer del carretero intenta ayudarlo a levantarse sin conseguirlo. El sacerdote y la mujer huelen a cerveza.

-       Buenos días – dice el campesino, sin pararse

-       Campesino, espera – le dice el sacerdote

-       No te vayas, campesino – le dice la mujer

-       Voy a atender mis campos y no me sobra mucho tiempo – contesta el campesino.

-       Tienes que ayudarme, campesino. Llevas una caballería y necesito que me transportes hasta mi casa – le ordena el sacerdote

-       ¿No está el carretero en su casa?¿no puede ayudarte él? – pregunta el campesino, no sin malicia.

-       El carretero está de viaje y que dios te maldiga si no me ayudas a mi, que soy su representante – dice el sacerdote.

El campesino piensa que no le conviene enemistarse con alguien tan poderoso como el sacerdote y decide ayudarlo.

-       Está bien sube a la grupa del caballo y te llevaré.

Por el camino, el sacerdote le dice al campesino:

-       Campesino, no debes decir a nadie que me has encontrado ni donde, o juro por dios que maldeciré todos los días de tu vida.

-       Sacerdote, a mí solo me importan mis tierras, mis animales y mi mujer. Para nada  me interesa donde estabas o lo que hacías.

Al llegar a su casa, el sacerdote piensa que debe comprar de alguna manera la voluntad del campesino, pero como es muy avaro no quiere darle oro ni plata. Así que le dice:

-       Campesino, en agradecimiento por tu ayuda y para recordarte que debes guardar silencio sobre ella, puedes pedirme un deseo. Un solo deseo, y yo rezaré para que se cumpla.

-       Pero recuerda que si faltas a tu promesa el deseo se volverá en tu contra – recalcó el sacerdote.

-       Sacerdote, la única diosa en la que creo es mi mujer, que llena mis días y sobre todo mis noches con su amor. Lo único que deseo es conocer y sentir aún más profundamente a mi mujer – contestó el campesino.

-       Sea – le dijo el sacerdote dándole su bendición.

El campesino se encaminó a sus campos y el sacerdote a sus devociones.

Aquella noche, el campesino llegó a casa más tarde que de costumbre, por el tiempo que había perdido ayudando al sacerdote.

-       Que te pasó, que llegas después de ponerse el sol – le dijo la mujer.

Y el campesino, que no tenía secretos para ella, se lo contó sin acordarse de su promesa.

Después de cenar una ración de gachas, acompañadas de pan y abundante cerveza, el campesino y la mujer se fueron a la cama.

El campesino recordó entonces la conversación con el sacerdote y al abrazarla la conoció y sintió como nunca antes lo había hecho:

Sintió sus oídos y la cera que taponaba sus conductos internos.

Sintió su nariz aguileña y también la mucosidad que almacenaba su orificio nasal.

Sintió su boca y también sus dientes y su olor a la comida recién deglutida.

Sintió su aparato digestivo y los alimentos atacados por los ácidos que los procesaban.

Y los intestinos, repletos de heces, buscando el ano listos para la defecación.

Y la vejiga  repleta de orina y el menstruo buscando la salida a través de su vagina.

Por un momento se sintió desconcertado.

A la mañana siguiente, cuando iba a trabajar sus campos, el campesino se encontró otra vez al sacerdote junto a la casa del carretero.

-       Buenos días, sacerdote

-       Buenos te los de dios, campesino

-       Tu dios es muy poderoso, sacerdote, porque ha hecho realidad mi deseo. Este domingo iré a tu iglesia, sacerdote.

-       Serás bienvenido, campesino.

El campesino, la mujer, el sacerdote y la carretera fueron bastante felices el resto de sus vidas.

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