Sobre el blog

Historias alegres que parecen tristes, historias rancias en busca de unas gotas de modernidad, relatos ingenuos pero cargados de mala intención

MALA MUERTE

 

Mala muerte





Cuando el médico le dijo que tenía un tumor cerebral y que le quedaban poco meses de vida, supo que había llegado el final. La muerte sería dolorosa y decidió que no merecía la pena seguir viviendo.

Pero tenía doble ración para las ratas. Fue a casa y sacó del congelador el cadáver del abuelo. Lo había necesitado estos años para seguir cobrando por él. El abuelo había sido ingeniero en una eléctrica y tenía una buena pensión.

Cuando lo avisaron de la residencia que estaba llegando al final, lo sacó de la misma argumentando que el abuelo siempre había querido morir en casa. Bueno, él no sabía lo que quería el abuelo, porque cuando empezó a tener síntomas de la demencia que lo acabó llevando a la tumba, lo inhabilitó, lo metió en una residencia y nunca lo volvió a visitar.

Y después estaba lo de Maruja.

Maruja le gustaba tanto que la golpeó y la metió en el congelador aún viva para que nunca, nunca lo abandonara. De vez en cuando la sacaba y tenía una velada romántica con ella. Pero siempre tenía precaución de volver a guardarla antes de que se descongelara.

Dice el refrán que todo el mundo tiene algún cadáver en el armario. El suyo tenía tres días de antigüedad.

El viernes por la noche había salido consigo mismo a tomar unas copas. Cuando volvía a casa borracho y cabreado porque le había echado del último bar, vio  a aquel chico que estaba buscando un cliente para hacerle una chapa. Lo bueno que tienen los chaperos es que te dan la espalda para que les hagas un trabajito. Y claro, aprovechó para darle un golpe con un pisapapeles de bronce que tenía en la mesita para estos menesteres, pero con la borrachera se le fue la mano y lo mató. El prefería no matarlos hasta después de terminar, pero es lo que tiene el alcohol, que no controlas.

A las cuatro de la mañana bajó los cadáveres hasta el garaje. La puerta de su piso estaba junto a la del ascensor y su plaza de garaje era también colindante, así que no le costó excesivo trabajo. Él era un hombre fuerte y sus 130 kg. así lo atestiguaban.

Condujo hasta la entrada de un colector de aguas residuales a la salida de la ciudad. Rompió la puerta de acceso y descargó los tres cadáveres, que empezaban a descongelarse. Le gustaba el olor dulce de la corrupción.

Para si mismo tenía prevista una muerte más agradable. Bebería wisky de los dos botellas que había llevado y cuando estuviera bien borracho se tomaría una caja de barbitúricos. La muerte sería como dormirse.

Cuando llevaba algo más de media botella de wisky, sintió un súbito dolor de cabeza y acto seguido se le paralizó toda la parte derecha de cuerpo. El ictus, que no entraba dentro de sus planes, se apoderó de su cuerpo.

Fue testigo inmóvil y aterrado de como las ratas le devoraban el cuerpo hasta que la más osada,  de un mordisco, le arrancó la mitad del corazón.

A la mañana siguiente el médico trató de ponerse en contacto telefónico con él para comunicarle un error en los resultados de su analítica. No tenía ningún tumor y únicamente se detectaba una ligera hipertensión que no era en ningún caso preocupante.

El teléfono resonaba tirado en el suelo de la cloaca, pero nadie contestó a la llamada.



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