Sobre el blog

Historias alegres que parecen tristes, historias rancias en busca de unas gotas de modernidad, relatos ingenuos pero cargados de mala intención

ESTRÉS

 

ESTRES


Sonó el teléfono y lo descolgó al segundo timbrazo. Llevaba una semana esperando esa llamada.

-          Voy ahora mismo – y colgó.

Se puso su camisa rosa, que tenía planchada en el armario para la ocasión. La combinó con unos pantalones grises ajustados, una cazadora de cuero fino y se puso el collar de perlas cultivadas. Usó el lapicero de costumbre para sujetar su melena rizada y realzar su volumen. Ya en la puerta, se calzó sus zapatos Manolo Blahnik de imitación, los de las grandes ocasiones.

Bajó a buen paso los tres pisos que la separaban de la calle. Al llegar al portal no pudo evitar un gesto contrariado.

Fuera llovía, llovía mucho.

Se quitó los zapatos por miedo a romper un tacón, subió corriendo las escaleras y abrió la puerta en busca de un paraguas.

El paragüero estaba vacío. Recordó que anteayer, que también llovía, le había prestado uno a Loli y la semana pasada el otro a Encarnación. No se los habían devuelto.

Estaba segura de que en el trastero tenía algún paraguas viejo.

Subió corriendo a los trasteros que estaban en el último piso. El suelo de los trasteros era de hormigón sin desbastar, así que se puso los zapatos.

Cuando llegó arriba se dio cuenta de que con las prisas no había cogido la llave de acceso a los cuartos, así que bajó nuevamente corriendo las escaleras y para ir más de prisa se quitó los zapatos.

Abrió la puerta y cogió la llave de los cuartos. Decidió dejar una nota a Laura diciéndole que había salido, así que se sacó el lápiz de su rizada melena y la escribió.

Cerró la puerta, subió corriendo nuevamente las escaleras y al llegar a los cuartos se calzó los zapatos, abrió la puerta con la llave, encendió la luz y en la pared del fondo vio el viejo paragüero donde reposaban dos antiguos paraguas, ya merecidamente jubilados.

Dudó entre el de mango negro y el azul. Cogió el último, comprobó que abría, cerró la puerta del trastero, apagó la luz y cerró también los cuartos.

Se quitó los zapatos y empezó a bajar las escaleras, pero al llegar al primer descansillo se dio cuenta de que al cerrar el trastero había apoyado el paraguas en la pared interior del  mismo y allí se había quedado.

Subió corriendo nuevamente la escalera, abrió la puerta, se calzó los zapatos, entró, cogió el paraguas, salió, cerró la puerta, se aseguró que llevaba  el paraguas, se quitó los zapatos y bajó corriendo las escaleras.

Llegó a la puerta de casa, la abrió y entró. Dejó la llave de los trasteros en su sitio, se colocó nuevamente el lápiz sujetando su rizada melena, bajó corriendo las escaleras con el paraguas en una mano y los zapatos en la otra.

Al llegar de nuevo a la calle, se puso los zapatos pero vio que había dejado de llover y el cielo se había despejado, así que pensó que el paraguas era ahora un objeto inútil y molesto.

Entró en el portal, se quitó los zapatos, subió corriendo las escaleras, abrió la puerta y depositó el paraguas en el paragüero, hasta entonces vacío.

Salió, cerró la puerta con llave, bajó corriendo las escaleras y al llegar al portal, se puso nuevamente los zapatos.

Se asomó a la calle y pensó que con tanto ajetreo estaba agotada y ya no recordaba por qué iba a salir.

Así que despacio y sin quitarse esta vez los zapatos, subió cansinamente hacia el piso.

 

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