Se acerca un fin de semana de agua, el primer fin de semana en el que asoma el morro el otoño. Emulando sin gracia a Camilo José Cela, os recomiendo sábado y domingo de pijama, padrenuestro y orinal. Cuando publique algún cuento, colgaré el aviso en el Face y en Twitter, como siempre, pero tampoco hace falta que te apures a leerlos porque serán tan malos como los anteriores.
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Cuando me siento en el coche los viernes por la tarde, dejo atrás toda una semana de una dura y agobiante vida a 300 kilómetros de mi casa, trabajando diez horas diarias o más. Como mal y de cualquier manera, limpio aún peor y además tengo que soportar a mis compañeros de piso, a Felipe que llega muchas noches a horas intempestivas y tan perjudicado por el alcohol que no evita ningún ruido y me despierta y Marcial que se trae a alguna amiga de una noche y no me deja dormir con sus juegos eróticos.
Por eso, el
viernes al mediodía cierro el ordenador portátil, apago el teléfono móvil de
empresa y salgo con renovada ilusión hacia mi casa. Allí me espera mi mujer,
con la que sueño todas las noches laborales de la semana. Si es mala la semana,
solo, triste y lejos, no cambiaría por nada el viaje de regreso de los viernes.
Todos esos kilómetros de autopista por delante, imaginando, soñando con la
noche del viernes, mi preferida, mi felicidad, la justificación de las largas
jornadas de trabajo de los días pasados.
Vivo
anticipadamente el regreso, las primeras horas, olvidando una semana de soledad
y disfruto desde el primer kilómetro que me dirige hacia ella. Y nunca me
defrauda.
Al llegar, la
música, casi siempre mi pieza preferida, el Bolero de Ravel suena tenuemente en
el salón y un delicioso aroma, un inconfundible aroma a ella me reciben como
una bonita bienvenida. En la habitación me esperan las zapatillas y el pijama
con una indicación inequívoca de que debo ponerme cómodo.
Y en el salón,
una copa de buen vino en la mesa que hay frente la sofá. Me siento, disfruto
lentamente de la bebida mientras las últimas notas del Bolero me acompañan. Se
lo que va a pasar a continuación y lo disfruto anticipadamente.
Y aparece
ella, bella como una obra de arte, dulce como una confitura, oliendo como una
diosa. Me relajo, sé que me va a sorprender, sé que va a encontrar alguna forma
nueva de hacerme sentir feliz.
Sonriendo me
pide que me siente en la mesa de comedor y el clímax aumenta. Aunque parezca
mentira, siempre encuentra la forma de satisfacerme con algo nuevo, de
sorprenderme y un estertor de placer recorre mi bajo vientre.
Y empieza la epicúrea y sensual noche.
Hoy
empezamos con el aperitivo. Galletas saladas de jengibre y sésamo y vieiras
gratinadas acompañados de un vino blanco CROZES-HERMITAGE de 2017,
muy frío.
Primer
plato. Falso Rissotto de mejillones picantes, acompañado de un Albariño
Marques de Frades
Plato fuerte. Carrilleras de cerdo con salsa de
fresas. Regado con un crianza de Ribera del Duero, Protos tinto de 2015.
No podía faltar un postre para rematar la cena. Tarta de orejones
y mermelada de albaricoque todo ello
regado con un caldo de la Rioja Alta, un Vivanco Dulce de 2015.
Cada plato viene con el sello de su amor, soy consciente de que
pasó todo el día cocinando para mí, y no me siento capaz de defraudarla, aunque
mi estómago esté a punto de extenuación y mi paladar ya mezcle y confunda los
aromas de los vinos.
Se lo tengo que comer todo, todo. Y lo hago.
Por la noche hacemos el amor y tengo miedo de morir, de morir de
una indigestión. Pero ¿Qué puedo hacer, si la quiero?
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