Sobre el blog

Historias alegres que parecen tristes, historias rancias en busca de unas gotas de modernidad, relatos ingenuos pero cargados de mala intención

EL BOLETO


EL BOLETO







Te puede tocar la lotería, pero si eres un triste, siempre lo seguirás siendo

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Fueron a celebrar los 25 años de casados a uno de esos restaurantes donde te cobran la botella de agua a precio de wiski de malta y además te sabe a agua del grifo. Tenían reservada mesa desde hacía seis meses, porque había lista de espera.

A los postres, después de un arroz con bogavante y una entrada de almejas a la marinera y cuando ya la botella de Mar de Frades casi agotada les había hecho soltar la lengua y olvidarse de inhibiciones, Maruja miró la carta, le recomendó a Felipe que escogiera la tarta al wiski y cuando él le preguntó que iba a tomar ella, lo miró a los ojos y le dijo suavemente:

-     -  Voy a tomar el camino de la puerta. No te levantes, acaba de comer y paga la cuenta, que será lo último que tengas que pagarme.

-      - ¿Qué dices, Maruja?¿Te sentó mal el albariño?

-     -  Te digo que te dejo.

-    -   Eres un aburrido, Felipe. Son veinticinco años aguantando tus soserías, nuestros fines de semana de sofá y televisión y tus opiniones simplonas sobre cualquier cosa.

-     -  Pero Maruja, es nuestro aniversario, son nuestras bodas de plata.

-    -   El año pasado empezó a trabajar Santiago en la oficina, ya te hablé de él. Es lo contrario que tú, divertido, simpático, apasionado. Me voy con él, enviaré a alguien a por mis cosas, que hoy ya dejé guardadas en dos maletas en mi armario.

-      - ¿Y qué dirá la gente? Ya sabes que no me gustan los escándalos, Maruja.

-    -  Mira, que digan misa. Y como tu mejor amigo es Ramón, el cura que fue contigo al colegio, pues resulta muy apropiado.

-     -  Ah y gracias por la comida, Felipe.

No era mala persona Felipe. Eso sí, tenía razón Maruja, era un aburrido de tomo y lomo. No le gustaba bailar, no le gustaba leer, ni siquiera sentía mucha afición por follar fuera del consabido polvo de los sábados por la noche. Pero era una buena persona, trabajaba en una gestoría haciendo seguros sociales y declaraciones de IVA. Hacía treinta años que trabajaba allí y nunca le había ofrecido un ascenso aunque estaban muy contentos con su trabajo. Era lo que los empresarios suelen llamar un hombre de confianza.

A los seis meses de casarse, Maruja le dio la noticia de que estaba embarazada. El reaccionó sin ninguna reacción. No la felicitó, no le dio un beso, no exteriorizó ningún gesto de alegría.

-   -    ¿Estás segura? – le dijo.

-   -    Si, me hice la prueba – contestó Maruja, un poco decepcionada

-   -    Menos mal que tenemos dos habitaciones libres. ¿Está lista la comida?

Y el niño que nació a los nueve meses, no cabía duda de que era hijo de Felipe. Le pusieron de nombre Pancracio, como el abuelo. No se sabe si como venganza por el nombre o por vocación, estudió Filología española, hizo un máster y preparó oposiciones para bibliotecario. Era un estudiante de gran constancia, no salía de fiesta los fines de semana ni tampoco los días laborables y con estos mimbres no es de extrañar que sacara las oposiciones  para una biblioteca pública en las islas Canarias. Solo volvía cada dos o tres años para unas breves vacaciones. Se aburría en casa de los padres, no estaba ya acostumbrado al clima frío y nunca había conocido las noches calientes de su ciudad natal, así que al cabo de una semana volvía a marcharse a su biblioteca a sumergirse entre libros viejos.

Fueron un par de veces a verlo a su isla, pero Felipe y Pancracio se quedaban mirando la televisión después de comer hasta la hora de cenar y Maruja acababa yendo sola a pasear. El niño no parecía estar muy feliz con ellos en casa, Felipe no acababa de encontrar cómodo el sofá y ella se desesperaba. Después de la segunda vez, no volvieron a visitarlo.

Eso sí, se llamaban por Navidad y para los cumpleaños. Y le mandaban una transferencia para que se comprara un regalo, porque si le preguntaba que le apetecía, contestaba con un lacónico:

-   -    Nada.

Maruja se agostaba de aburrimiento pero parecía que se había resignado a aquella vida cuando conoció a Santiago. Entró como comercial en la empresa de seguros donde trabajaba Maruja y le cayó bien desde el primer momento. No era muy guapo, pero era simpático, desenvuelto y tenía una mirada soñadora que a Maruja la sedujo desde el primer momento. A los pocos días, Santiago con su mejor sonrisa, le trajo una rosa:

-   -    ¿Y esto? – a Maruja le salieron los colores

-   -    Hace juego con tus ojos – le dijo Santiago galante.

Los ojos de Maruja eran azules y la rosa roja, por lo que no era muy creíble que hicieran juego, pero a ella no le importó.

A Maruja le gustaba el cine, pero Felipe prefería quedarse en casa viendo la televisión, así que cuando alguna película le interesaba acababa yendo con una amiga o incluso sola.

Hacía poco que habían estrenado “La Milla Verde” y le dijo que quería verla, pero como de costumbre Felipe se arrellenó en el sofá y le dijo que si quería ir con una amiga, él lo prefería, que ya sabía que no le gustaba el cine.

Y fue a verla con Santiago.

Pasó los veinte años siguientes solo, sin amigos, solo relacionándose con compañeros de trabajo y conocidos superficiales con lo que nunca pasaba de tomar una cerveza o la típica cena de empresa. Y se jubiló.

Si le hubiera interesado a alguien y se hubiera molestado en preguntarle, habría confesado que fueron los mejores veinte años de su vida. Se levantaba, iba a trabajar y cuando salía se metía en casa y se dedicaba a lo que más le gustaba en la vida que era perder el tiempo, sin complicaciones ni contratiempos. Veía la televisión, le gustaban especialmente los concursos y los programas de cotilleo. El deporte rey, el fútbol, procuraba evitarlo porque siempre acababa tomando partido por unos o por otros y entonces surgía lo que quería evitar, el conflicto. Y además, se confesaba a sí mismo, o él no acababa de pillarle la gracia o en realidad era bastante aburrido, con dos o tres jugadas emocionantes en un partido de noventa minutos.

Las necesidades como hombre, que tampoco tenía muchas, las solucionaba cada dos o tres meses llamando a una de esas chicas que se anunciaban en la prensa. Se desahogaba, siempre tomando precauciones, claro. Y quedaba satisfecho para una larga temporada. El resto, mirar a alguna chica especialmente guapa o llamativa y nada más.

Seguía llamando a Pancracio por Navidad y el cumpleaños, pero ni él mostraba interés por ir a las islas ni el hijo por venir a la península, así que se llevaban muy bien a distancia. No se molestaban, casi no les importaban las cosas del otro y si no fuera porque las llamadas les servían para tomar conciencia del paso del tiempo, hubieran dejado de hacerlas.

Maruja, que después del divorcio se había casado con Santiago, lo llamaba también por el cumpleaños y por las fiestas y lo invitaba a ir a cenar en Nochebuena. Seguramente lo decía con sinceridad, porque tenía buen corazón y nunca se habían hecho daño, salvo la cosa esa de ponerle los cuernos y abandonarlo. Pero Felipe prefería pasar las fiestas en su casa. Cocía un kilogramo de gambones o langostinos y después tomaba algo de turrón, dos copas de sidra achampanada y se iba a dormir tan tranquilo.

La jubilación no supuso ninguna emoción para él. Simplemente pasó a tener más tiempo libre, lo que era un poco molesto porque lo obligaba a buscar que hacer o mejor se podría decir algo que no hacer en esas horas. Un día vio en un catálogo de una agencia de viajes que le metieron en el buzón la imagen de una playa en el Caribe, una playa donde el sol bañaba de oro la arena, un largo espacio de varios kilómetros donde solo se veía una tumbona vacía en el centro del arenal. Y al fondo el mar.

Quedó fascinado pensando en que podría pasar los días en bañador, sin que nadie lo molestara, viendo el mar cristalino y las olas que mojaban de forma regular y monótona la arena. Consultó precios y se dio cuenta de que podría ir una semana o como mucho dos a aquel paraíso, pero la vida allí le resultaba prohibitiva. Y él lo que quería era gozar de aquella paz para siempre.

Y entonces empezó a jugar. Todas las semanas compraba un boleto de la Primitiva con la esperanza de acertar el premio gordo. Lo tenía todo planeado, se marcharía a uno de esos hoteles que tienen bungalows, alquilaría uno para todo el año y se quedaría a vivir allí, sin que nadie le molestase y sin dar cuentas a nadie.

La segunda semana de marzo compró un boleto para el sorteo del día trece y ese día se sentó en su sofá, conectó con la televisión para ver en directo el sorteo y quedó dormido. Llevaba un par de días que no se encontraba bien, tenía dolor de cabeza, tos y posiblemente fiebre. Después del sorteo se tomaría la temperatura, por la mañana había puesto el termómetro y tenía casi treinta y ocho grados.

Despertó justo cuando se iniciaba el sorteo. Se sentía ardiendo y le costaba trabajo fijar la atención. Cuando vio que el número premiado era el suyo pensó si estaría aun durmiendo y al ponerse las gafas comprobó que no estaba soñando. Le había tocado el gordo de la Primitiva.

Tenía muchísima sed y llevaba todo el día sin comer. Se levantó con intención de ir a la cocina para beber un vaso de leche y tuvo que sujetarse a la pared para no caer. Guardó el boleto en la cartera que tenía encima de la mesa camilla y maquinalmente metió el teléfono en el bolso de la bata. Como pudo bebió directamente de la botella y pensó si se habría equivocado y habría cogido la de agua, porque no le supo a nada. En ese momento perdió el conocimiento y cayó al suelo mientras la botella se desparramaba tiñendo de blanco el suelo.

Cuando despertó estaba totalmente oscuro y comprobó que no tenía fuerza para ponerse en pie.  Sin querer, se puso a llorar de miedo, de impotencia. Rozó con el brazo derecho el bolso donde tenía el teléfono, lo sacó y no sabía a quién recurrir. No tenía amigos, no tenía familia próxima y la única persona que seguramente le habría echado una mano era Maruja, pero el lunes le había mandado un whatsapp diciéndole que marchaban a Canarias a ver a Pancracio. Entonces recordó que el número de urgencias era el 112. Le costó varios intentos acertar a marcarlo correctamente y cuando le contestaron estaba otra vez al borde de perder el conocimiento. Se obligó a decir:

-    -   Auxilio- y la dirección de su casa.

Lo repitió dos veces y perdió el sentido. Despertó en una cama UCI del Hospital y le dijeron que llevaba una semana entre la vida y la muerte. Tenía COVID19. Se sentía muy débil, le costaba trabajo poder respirar y tenía una máquina conectada que días más tarde le dijeron que era un respirador.

Durante los próximos días soñó que se ahogaba o puede que no lo soñase y se estuviera ahogando de verdad. No sabía el tiempo que había pasado, solo que lo estaba pasando muy mal, era horrible lo que estaba sufriendo. A su alrededor había personas con extraños trajes y máscaras y no sabía si había muerto y estaba en el infierno o eran pesadillas provocadas por la fiebre.

Un día despertó y le dijeron que parecía estar fuera de peligro y que si continuaba así, lo pasarían a una habitación normal, aunque aislado. Y así sucedió.

Todavía pasaron varios días antes de que le trajeran su teléfono móvil. El médico le dijo:

-   -   Una señora que dice que es su ex-mujer lo llamó muchas veces y parece estar preocupada. Quería venir a verle, pero no lo podemos permitir todavía.

En ese momento sonó el teléfono. Era ella.

-   -    No sabes cuánto me alegro de hablar contigo, Maruja – y se echó a llorar

Sintió que Maruja también lloraba al otro lado de la línea.

Al día siguiente se encontraba mejor de ánimos y el médico le dijo que si no había novedad, a partir del viernes podría empezar a recibir visitas. Cuando le preguntó en que fecha estaban, le dijo que era el 10 de Mayo.

La primera visita fue de Maruja, que se lo hubiera comido a besos si no fuera por las restricciones de la pandemia. La acompañaba Santiago que parecía sentirse un poco incómodo y pronto se disculpó con el pretexto de no cansarlo.

-   -    Hoy hablé con Pancracio. Me dijo que cuando permitieran viajar desde las islas y tuviera días libres, vendría a verte.

-    -   Pues a mí no me llamó – dijo Felipe, sin acritud, pensando que en su caso él tampoco habría llamado.

-    -   Ya sabes cómo es – dijo Maruja, casi entre dientes. Le resultaba difícil disculpar lo que no tenía justificación.

La recuperación todavía fue lenta y solo el entrenamiento que tenía Felipe en pasar los días sin hacer nada le permitió llevarla con paciencia. Bueno, eso y las visitas de Maruja, que aunque quería a Santiago no podía olvidar que había vivido venticinco años con aquel hombre y era el padre de su hijo. Venía a verlo los viernes y pasaba la tarde con él. Hablaban, recordaban los viejos tiempos, le daba la merienda y la cena hasta que Santiago la venía a buscar y se marchaban juntos. Santiago siempre le traía prensa, o alguna revista para que las horas se le hicieran más cortas.

Por fin, le anunciaron que el día 14 de Junio le darían el alta. Él se encontraba ya mucho mejor y finalmente le vinieron a buscar Maruja y Santiago. Quería ir a su casa, pero de ninguna manera se lo admitieron, lo llevaron a su casa, comió con ellos y quisieron que se quedara unos días en su casa hasta que se recuperase más.

Tentado estuvo Felipe a aceptarlo, pero imaginarse en aquella casa, otra vez bajo el dominio de Maruja le hizo cambiar de opinión y finalmente después de cenar marchó a su casa. Lo llevaron Maruja y Santiago, pero no quiso que subieran.

Abrió la puerta y sintió algo parecido a la felicidad al volver a su piso, que en muchos momentos pensó que ya no volvería a ver.

Se encontraba cansado y marchó directamente a la cama. Durmió toda la noche y cuando despertó el sol entraba optimista por la ventana. Sonrió.

Se levantó y tomó una taza de café con la medicación. Tenía la nevera llena y la casa estaba limpia:

-    -   Habrá sido cosa de Maruja – se dijo.

Después se duchó y decidió salir a dar un paseo. Antes lo llamó Maruja para saber cómo estaba:

-    -   Estoy bien, no te preocupes.

-    -   No, no voy a cenar a vuestra casa, prefiero ir recuperando mi rutina

-    -   Un beso, no te preocupes por mí

Se vistió y en la mesita encontró la cartera. La abrió y vio el boleto de La Primitiva. Hasta ese momento se le había borrado completamente de la memoria. Miró la parte trasera para ver el plazo para cobrarlo y vio que era de tres meses a partir del día siguiente al sorteo. Hoy era el último día. Sintió una punzada y creyó que le iba a dar un infarto, pero simplemente fue la emoción.

Eran las doce y media del mediodía. Tenía dos horas para tramitarlo en su Banco o si no perdería el premio. Llamó a un taxi, pero el día había tornado a lluvioso y estaban todos ocupados. Tardaría un cuarto de hora, le dijeron del centro de llamadas.

La ansiedad le puso un puño en el estómago que no lo dejaba respirar, como con el coronavirus. Cuando por fin llegó el taxi le temblaban las piernas.

En el banco tenían establecida la cita previa. Muy nervioso, pidió hablar con el director, dijo que era una emergencia, una cuestión de vida o muerte. Estaba ocupado y tardó un rato en atenderle. Eran las dos menos cuarto, faltaban pocos minutos para que el banco cerrase.

Por fin el director entendió sus nerviosas explicaciones, llamó a un empleado y le dijo que diese preferencia absoluta a tramitar aquella gestión. Los minutos que pasaron hasta que el empleado volvió con todo el papeleo para que lo firmase y el director le confirmó que ya estaba tramitado, fueron los más angustiosos de su vida, incluso peores que los pasados en el Hospital.

-    -   Tranquilo, Felipe. En dos o tres días lo tiene Vd. ingresado en su cuenta.

Por la noche Maruja lo llamó para saber cómo estaba:

-    -   ¿Cómo te encuentras en tu primer día de libertad?

-    -   Bien, muy bien. Me encuentro feliz.

-    -   ¿Tuviste alguna sorpresa al llegar a casa? – sin duda se refería a que le había limpiado el piso y le había surtido la nevera.

-   -   Si, muchas gracias, Maruja. Eres un cielo – le dijo.

-   -    Bien, hasta mañana.

-       Hasta mañana

Los días siguientes transcurrieron entre preparativos para abrir una cuenta bancaria en el país caribeño que había elegido como destino, el alquiler de una casa tranquila, la compra de los billetes a través de una agencia de viajes y la renovación del pasaporte.

El día 24 de Junio cogió un avión hasta Madrid y desde allí viajó a su destino. Cuando estaba a punto de embarcar llamó a Maruja:

-  -     Maruja, me tocó la lotería primitiva y estoy a punto de embarcar para un destino en el Caribe donde pienso vivir el resto de mi vida.

-   -    ¿Cómo dices?¿De qué hablas? – Maruja pensó que había perdido la cabeza.

-  -    Que me voy a vivir al Caribe con el dinero que me tocó en la Primitiva. Díselo a Pancracio, si hablas con él

-  -     Ah, y no te molestes en volver a llamar a este teléfono. Lo voy a tirar a una papelera en cuanto cuelgue.

Nunca volvieron a saber de Felipe. Solo Maruja sintió su ausencia, pero la felicidad que vivía al lado de Santiago hizo que también ella lo olvidase.



 

 


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