Nunca
había destacado en nada, nunca había llamado la atención por hacer algo fuera
de lo común. Ni siquiera había formado una familia. Era un solterón de mediana
edad, que ocupaba un puesto secundario en una gestoría y que ni siquiera
despertaba las envidias de sus compañeros de trabajo porque no veían en él a
alguien que les pudiera hacer sombra en sus aspiraciones profesionales. Esteban no las tenía, solo quería vivir su vida con la mayor placidez posible.
A
media mañana salió como de costumbre a tomarse una café y un pincho. Y como de
costumbre el café estaba hirviendo a pesar de pedirlo templado y la tortilla
fría. Llevaba con él la cartera de piel que usaban en la Oficina cuando tenían
que realizar gestiones en el exterior, que dejó arrimada a la pata del taburete
mientras tomaba el refrigerio. Había recogido varias escrituras de clientes que
tenía que tramitar la Gestoría y un cheque bancario para pagar en Hacienda el
Impuesto de Actos Jurídicos Documentados.
El
café caliente y la tortilla fría le sentaron mal al estómago. Dejó el importe
justo de la consumición encima de la barra y fue al servicio. Mientras hacía
sus urgentes necesidades se convenció a si mismo de que no era un tacaño por no
haber dejado propina, porque el servicio
había dejado mucho que desear y además las consecuencias se las iba a dejar en
el inodoro sin cobrarles por ello.
Salía
sonriendo por esta última idea cuando se acordó de la cartera con los
documentos. Se dirigió de nuevo a la barra, solo para comprobar que había
desaparecido. Un sudor frío que contrastaba con el sudor caluroso que le había
provocado la diarrea le recorrió la espalda.
Oiga
– se dirigió al camarero- mientras fui al servicio me ha desaparecido la
cartera con documentos que traía.
Lo
siento, señor, no he visto nada –dijo el camarero mientras recogía el importe
justo de la consumición. No parecía muy interesado en el asunto.
Recordó
que a su lado había estado tomando una
cerveza un tipo de pelo largo, barba y cazadora vaquera. Seguro que había sido
él.
Salió
a la calle, miró arriba y abajo y lo vio esperando para cruzar el semáforo. No
vio que llevase la cartera pero seguro que había cogido el cheque y la había
tirado el cualquier sitio.
Eh,
oiga – gritó- Espere, oiga
El
individuo pareció no oírle y empezó a
cruzar la calle. Nunca había hecho algo así, pero la perspectiva de presentarse
en la oficina y decir que había perdido el dinero y los documentos lo había
puesto muy nervioso. Salió corriendo detrás del individuo y gritando:
-
Al ladrón, al ladrón.
-
¿Qué dices, tío?¿Estás loco o que te pasa?
Si
se hubiera parado a pensar, se habría dado cuenta de que estaba acusando a
alguien sin ningún tipo de prueba, pero ya era demasiado tarde para pensar. El
individuo se había dado la vuelta para decirle lo anterior y no pudo frenar ni
esquivarle, chocó contra él y cayeron ambos al suelo.
Cuando
se levantó maltrecho y dolorido, el individuo que había sido más rápido, le
inmovilizó, le arrojó nuevamente al suelo y le puso una placa de policía
delante de sus narices:
-
Te acabas de meter en un buen lío, gilipollas.
-
A ver, documentación.
Estaba
confuso. Había salido corriendo detrás de un ladrón y resulta que era un
policía.
-
Verá, yo. Me robaron y pensé…
-
Rápido, enséñame la documentación
Buscó
la cartera, pero no la tenía en ningún bolsillo de la chaqueta ni los
pantalones. Y entonces recordó que después de pagar y antes de ir
precipitadamente al servicio la había guardado en el portafolios.
-
Yo, es que me robaron la cartera y el portafolios.
-
Claro, y por eso agredes a un policía. Las manos
atrás
-
¿Cómo?...
-
Las manos atrás, coño
Le
puso unas esposas y llamó por el móvil a un coche patrulla, que los condujo a
la comisaría.
-
Hombre, Paco ¿no te tocaba patrullar camuflado?
– dijo el funcionario de la entrada, dirigiéndose al policía.
-
Si, pero este idiota me ha reventado el invento.
Tómale los datos para ficharle por agresión.
En
la celda de la comisaría donde lo llevaron, había un par de drogadictos con el
mono, que gritaban y pataleaban y un travesti que nada más entrar Esteban le
guiñó con ojo con picardía. Le dio aún más miedo el travestido que tenía un
algo siniestro en la mirada, que los drogadictos que le producían terror.
Empezó
a sentir una imperiosa necesidad de ir nuevamente al servicio que se encontraba
en una esquina de la celda, pero no se atrevía ni a pensar en bajarse los
pantalones delante de aquella tropa. Así que mientras sus tripas empujaban
hacía fuera, la voluntad presionaba hacia dentro y el esfuerzo le hacía sudar
copiosamente.
Cuando
el travestido se acercó a él y le susurró un “guapetón” al oído las tripas
ganaron la batalla y una olorosa ventosidad esparció un fuerte aroma a podrido
que hizo alejarse al pretendiente. Esteban no sabía si sentía más miedo que
vergüenza o al revés.
Habían
pasado un par de horas que le parecieron un par de siglos, cuando un policía
abrió la celda y anunció:
-
Esteban, acompáñame. Venga, coño, rapidito.
Arriba
lo esperaban el policía que le había detenido y el que le tomó los datos.
-
Has tenido suerte, cabrón. Han detenido al que
te robó la cartera.
- Todavía queda lo de la agresión, pero no voy a
acusarte. Demasiado papeleo y total ya te llevaste un par de hostias. Suficiente.
-
Gracias – balbució Esteban.
-
Coge tus cosas y tu cartera, firma la denuncia
contra el chorizo y lárgate.
Cuando
salía por la puerta el policía lo llamó y a Esteban se le heló la sangre
-
Siii?
-
Dúchate, amigo. Hueles mal.
Salió
precipitadamente y se dirigió a su casa.
Cuando
volvió después de la comida a la Oficina, le preguntaron por el motivo del
retraso.
-
Es que me caí en un charco y tuve que ir a
cambiarme.
Parecía
el mismo Esteban de siempre, pero los hechos del día le habían cambiado,
seguramente para siempre.
Aquella
noche, después de reflexionar, había tomado una decisión trascendente: “Jamás
volveré a comer un pincho de tortilla fría”.
2 Comentarios
Una decisión muy importante, cuando la vida no da para más.
ResponderEliminarLa tortilla fría destruye muchas vidas
ResponderEliminarAgradeceré tus comentarios aquí