Imagen de Betsymar Sandoval en Pixabay
Era un hombre que se habĆa hecho a si mismo.
A los diez años su padre le preguntó una noche:
-
¿Sabes contar?
-
Si, padre.
-
¿Hasta cuĆ”nto?
-
Hasta mil
-
¿Y leer y escribir?
-
Si, padre.
Le enseñó una hoja de periódico atrasada
-
A ver, lee esto.
-
El-Re-al-Ma-drid-se-pro-cla-ma-cam-pe-on-de-la-li-ga.
-
Pues ya sabes suficiente. Ahora tendrƔs que
aprender un oficio.
No volvió a la escuela. Al dĆa siguiente
empezó como aprendiz en la carnicerĆa del seƱor Pepe, amigo de borracheras de
su padre.
El seƱor Pepe era un hombre gordo, jovial con
las mujeres de los ricos del pueblo y despótico con aquellas que solo podĆan
pagarle a final de la semana, cuando el marido cobraba la soldada. ConocĆa bien
su oficio, pero la afición al alcohol y a las mujeres del Bar La Guillermina le
habĆan hecho perder clientela principalmente entre las clientas de mĆ”s
posibles.
TomÔs se esmeró en aprender el oficio y
cuanto mĆ”s bebĆa don Pepe, mĆ”s se hacĆa Ć©l con las riendas del negocio y
recuperaba la clientela perdida. Un dĆa que don Pepe se presentó en la
carnicerĆa mĆ”s borracho que de costumbre, le hizo firmar un documento cuya
redacción habĆa encargado a un leguleyo de un pueblo próximo, en el que le
nombraba heredero universal como compensación a los sueldos que le debĆa el
carnicero.
No le habĆa pagado en los Ćŗltimos tres aƱos,
aunque al tener TomĆ”s el control de la carnicerĆa, ya se encargaba de cobrarlos
directamente de las ventas de carne. Asà que a los dieciocho años se encontró
siendo heredero de la carnicerĆa y con manos libres para obrar a su antojo.
Una noche de invierno el carnicero volvĆa a
casa, borracho, en medio de una fuerte helada. Al pasar delante de la
carnicerĆa se sintió muy cansado y decidió sentarse a la puerta a esperar que
TomÔs abriese el negocio. Faltaban aún cuatro horas y cuando esté llegó a las
siete de la maƱana, como de costumbre, el carnicero estaba muerto y congelado.
A los pocos meses, un dĆa se presentó el
padre de TomĆ”s en la carnicerĆa a la hora de cerrar. TenĆa el mal aspecto de
los borrachos habituales y le costaba tenerse en pie:
-
Hola, TomƔs.
-
Hola, padre.
-
Parece que te va bien, eres un comerciante
próspero.
-
Mi trabajo me costó, padre.
-
¿QuĆ© desea, padre?. Tengo mucho trabajo.
-
VerƔs, estoy enfermo, necesito ayuda.
-
No se preocupe, padre. Yo le darƩ la ayuda
que necesita.
Lo metió en el automóvil y lo llevó a la sede
local de Alcohólicos Anónimos, dejÔndolo a la puerta del establecimiento.
-
Y no vuelva por la carnicerĆa. Nada hizo por
mĆ y nada voy a hacer por usted.
No volvió a verlo hasta que le comunicaron
que habĆa muerto. Sin domicilio conocido y con cirrosis hepĆ”tica debido al
abuso de la bebida, era un final ya previsto.
TomƔs se hizo cargo de los gastos del
entierro. Un entierro modesto, de tercera y un nicho en el lugar mƔs apartado y
triste del cementerio.
-
El me dio la vida y yo le pago la muerte, es
lo justo – es lo Ćŗnico que dijo.
Al cumplir los veinticinco años se buscó una
mujer a su medida y encontró a Fernanda. Era la tercera hija de un campesino al
que compraba ganado y justo lo que pedĆa de una mujer. Era callada, no
levantaba la vista ni la voz y dócil en las noches, cuando TomÔs regresaba de
la cantina y la requerĆa para que abriese las piernas y lo dejase disfrutar de
las mieles del matrimonio.
Y TomĆ”s que seguĆa ganando clientes y dinero,
que era fuerte como un toro y duro como un pedernal, levantaba la voz en la
taberna y se iba convirtiendo en el gallo principal de aquel corral.
Una maƱana estaba troceando un pernil de
cerdo, cuando se le escapó el cuchillo y le seccionó los dedos Ćndice y medio
de la mano derecha.
Los echó en la comida al perro junto con los
desperdicios del pernil.
Al dĆa siguiente mató al perro, lo cocinó y
lo comió.
Seguro que ahora me vuelven a crecer los
dedos – se dijo.
Su mujer no encontró argumentos para llevarle
la contraria. Pero se lo dijo a su hermana y esta a una amiga que lo contó
jocosamente en el murmuratorio de la novena de las siete a san Policarpo,
santo de mucha devoción en aquellos lugares.
Pronto fue la comidilla del pueblo y en la
taberna la mitad de los tertulios decĆan que era imposible que se le
regenerasen los dedos y la otra mitad decĆan que el carnicero era capaz de eso
y de mucho mƔs.
TomĆ”s sonreĆa satisfecho, invitaba a una
ronda a los que estaban a su favor y decĆa que ya empezaba a notar dolor en los
dedos seccionados y que eso significaba que estaban empezando a crecer. Siempre
llevaba la mano vendada y al coger el vaso no podĆa evitar un gesto de dolor.
Por desgracia, nadie llegó a saber si le hubieran
crecido o no, porque una septicemia originada por la infección se lo llevó por
delante el 14 de Septiembre, dĆa de San Cipriano y fiesta mayor del pueblo.
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