A la entrada del almacén se dijo a sí mismo, como para darse
valor:
-
Cuando te llama, no te queda más remedio que
presentarte, pero no siempre es por algo malo.
A la puerta lo esperaban dos individuos bien trajeados, se
veía que no llevaban vulgar ropa de confección, que le sonrieron amigablemente
y lo condujeron adentro, por un pasillo formado por dos hileras de estanterías
que contenían las mercancías más diversas, sacos de legumbres, garbanzos,
judías, fríjoles y cajas de frutas, de manzanas, de albaricoques, de pimientos
rojos y verdes, de tomates y pepinos. Pensó que resultaba agradable ver tanta
comida saludable, sobre todo para él, que era vegano.
En la primera intersección, torcieron por un pasillo que se
abría a la derecha y terminaba delante de una puerta. Uno de los hombres se
adelantó y picó respetuosamente, la abrió
y dijo, con el tono de quien pide permiso a un superior:
-
Ya está aquí.
Desde dentro se oyó una voz bien modulada,
una voz varonil agradable, la voz de alguien acostumbrado a mandar y ser
obedecido por los demás:
-
Que pase.
Entraron. Dentro había seis individuos también perfectamente
trajeados, todos con ropa de color azul o gris y con aspecto de abogados o
contables. Al fondo de la habitación una enorme estantería de madera,
seguramente roble, ocupaba toda la pared. Estaba repleta de libros bien
ordenados y encuadernados en piel, con ribetes rojos y azules.
En el centro una mesa también de roble, una mesa grande y sin
un solo papel encima. Detrás una cómoda silla y un hombre sentado que le miraba
con curiosidad. Iba vestido con una camisa deportiva de manga corta y unos
pantalones vaqueros bastante usados
El hombre le indicó que se acercase a la mesa. De algún sitio
trajeron una silla para que se pudiera sentar.
-
Me alegro de que por fin nos podamos ver.
Tenemos mucho de que hablar – dijo el hombre de los pantalones vaqueros.
Asintió por toda respuesta.
Siéntate, no estés de pie – El hombre de
los vaqueros hablaba con un tono suave, pero sus indicaciones no dejaban sitio
al rechazo.
Se sentó y esperó. Sabía que no debía
tomar ninguna iniciativa.
-
¿Te apetece un buen habano? - Le dijo
ofreciéndole de una caja de Montecristos.
-
No, gracias. No fumo.
Se quedaron callados. Los hombres trajeados parecían estar un
poco inquietos, descansaron su peso bien sobre una pierna o la otra. Uno se
atusó la barba y otro metió las manos en los bolsillos de la chaqueta. Todos lo
miraban.
-
¿Te apetece un wisky? – le dijo el hombre del
pantalón vaquero, sacando de un cajón de la mesa una botella The Macallan
reserva de 30 años.
-
Gracias, no bebo.
El hombre se sirvió un wisky para él y ambos quedaron
mirándose sin decir nada. Al cabo de un rato, el hombre del pantalón vaquero
giró su cabeza levemente hacia la derecha, donde estaban tres de los trajeados
e hizo un gesto casi imperceptible.
Al instante se abrió una puerta disimulada en la estantería de
roble e hizo su entrada una mujer escultural, una mulata guapísima que lucía un
ajustado vestido que dejaba adivinar todas sus curvas, que eran muchas. Tenía
unos grandes ojos verdes, ojos felinos y su caminar era majestuoso.
-
¿Te gusta Águeda? –dijo el hombre del vaquero –
Puede ser tuya.
-
Cuando era más joven me gustaban las mujeres.
Ahora ya no sabría qué hacer con ella.
El hombre del vaquero terminó de tomar su wisky a pequeños
sorbos, disfrutándolo.
-
No me dejas alternativa. No sé con qué
sobornarte.
-
No lo necesitas. Yo no te pido nada.
Al hombre del vaquero pareció no gustarle la respuesta. Se
levantó, sacó una pistola del cajón de la mesa y muy despacio, como a cámara
lenta, apoyó el cañón en la cabeza del visitante y disparó. Sin un titubeo.
El visitante, desperdiciando sus últimos instantes antes de
morir, solo alcanzó a pensar que llevar una vida sana le había acarreado la
muerte.
El hombre de los pantalones vaqueros, miró a los trajeados y
la mulata y dijo sonriendo, como quien cuenta una picardía:
-
En todo caso lo habría matado, sabía demasiadas
cosas. Pero podía haber ido al infierno después de tomar un wisky de 6.000
euros la botella.
Todos le rieron la gracia.
2 Comentarios
Mejor caer desobedeciendo.
ResponderEliminarMejor vivir de pie que morir arrodillado
ResponderEliminarAgradeceré tus comentarios aquí