El pescador había necesitado
veinte años de ahorros y tres meses de trabajo con los carpinteros del
astillero local, pero finalmente lo había logrado.
Hoy era el gran día. Por
fin, la barca de pesca estaba terminada.
Habían acudido a presenciar
el acontecimiento casi todos los habitantes de aquel pueblo de pescadores. Los
hombres se vistieron con sus mejores pantalones, sus chaquetas de pana y sus
camisas de cuello duro. Las mujeres lucían sus vestidos de domingo, lavados y
planchados para la ocasión.
Hasta los chiquillos que se
mostraban expectantes por la botadura de la barca, aceptaron de buena gana la
obligación de ponerse zapatos para asistir a la singladura.
Un fraile traído al efecto,
desgranó bendiciones y agua bendita sobre la cubierta.
Y la barca deslizándose por
la rampa de botadura entró suavemente en el agua.
Al primer golpe de remo, una
vía de agua la hundió lentamente, pero de manera inapelable.
Cuando el pescador nadó abatido
hacia la orilla, el fraile tuvo la prudencia de no pedirle el pago de sus
devociones.
Foto del autor.
2 Comentarios
A veces sucede así, todas las ilusiones y energías en un proyecto que al final no da frutos. Menos mal que no le cobraron la bendición. Saludos!
ResponderEliminarGracias por tu amable comentario. Y si, la vida nos suele jugar esas malas pasadas.
ResponderEliminarAgradeceré tus comentarios aquí