Sobre el blog

Historias alegres que parecen tristes, historias rancias en busca de unas gotas de modernidad, relatos ingenuos pero cargados de mala intención

AGONÍA

 

AGONÍA




Tendría que haber traído el teléfono a la mesita.

Al acostarme tuve un mal presentimiento, y aquel sudor frío no aventuraba nada bueno, aunque me empeñé en achacarlo a que me había sentado mal la cena.

¿Mal la cena?. Había tomado dos lonchas de jamón de york y medio vaso de Aquarius.

Sin embargo me dormí al cabo de un rato, escuchando la radio, como todas las noches.

Hasta las cuatro de la mañana. Últimamente despierto con frecuencia a las cuatro de la mañana. Era la hora en que me avisaron del hospital que Leonor había muerto. Siempre sentí como una traición el no estar con ella en el momento de la muerte.

Nadie me reprochó nada. Pasaba los días en el hospital y a mis 82 años necesitaba descansar. No podía pasar veinticuatro horas al día con ella, pero siempre me sentí un poco culpable, absurdamente culpable de su muerte.

Y últimamente despertaba con frecuencia a la hora que recibí la llamada. Despertaba sin angustia, eso sí, pero inmediatamente me acordaba de ella y me quedaba allí, en la cama, sin moverme, echándola de menos hasta que volvía a dormirme.

Pero ahora era diferente. Aquel dolor en el pecho y toda la zona izquierda del cuerpo. Sabía lo que era, no quería engañarme. Si tuviera el teléfono en la mesita podría con un esfuerzo marcar el 112, llamar a Urgencias, pero estaba en el salón y no me sentía capaz de levantarme y caminar los 8 metros, que tenía medidos, hasta la base del mismo.

Siempre pensé que cuando llegara el fin estaría rodeado por los míos. Me imaginaba consolando a los que me rodeaban y dándoles instrucciones con entereza ejemplar.

Pero estaba solo. Ella había muerto a principio de año y ya nada fue igual. Empecé a salir poco, lo justo para comprar en el supermercado de mi calle.

¿Los míos?¿quiénes son ahora los míos?. Los amigos y las amigas habían ido muriendo o ingresando en centros geriátricos y ya no los veía nunca. Si, me mandaban algún mensaje por Navidad o el cumpleaños los pocos que aún eran capaces de manejar un teléfono móvil. Y nada más.

¿Y los hijos?. Tenían su vida, estaban siempre tan ocupados con su trabajo, con sus familias, sus vacaciones, no tenían tiempo para nada.

La niña vive en Madrid desde hace lo menos treinta años, bueno, desde que sacó las oposiciones y luego e casó y tuvo hijos y no volvió nunca, solo de visita.

Eso sí, vino para el entierro de la madre. Y se la vio triste, lloró en el funeral, cuando llevamos las cenizas a la urna. Pero tuvo que marchar al día siguiente, ya se sabe, el trabajo.

Me preguntó que si quería ir a vivir con ellos. Me lo preguntó ya cuando se despedía y claro, le dije que no. Tampoco insistió.

Me manda mensajes por Whatsapp de vez en cuando preguntándome como estoy, si necesito algo. Ayer la llamé a la hora de cenar, pero no cogió el teléfono, seguramente estaba ocupada.

¿Y el chaval?. Pobre, no tuvo suerte en la vida. En el primer divorcio la mujer lo acusó de malos tratos. A mí me extraña, porque aunque tiene el carácter un poco fuerte, no lo imagino pegándole a su mujer. Pero ya se sabe cómo son los jueces, total que se quedó sin la custodia del hijo, mi nieto y no lo volví a ver desde el divorcio, porque la madre me acusó de querer ponerlo en su contra y nunca volvió a visitarme. ¿Qué podía hacer yo? Tenía que ponerme de parte mi hijo ¿no?.

Eso sí, la segunda mujer fue un error. Cuando me la presentó el día de la boda, no me gustó nada. Bueno, gustar si me gustó porque era una chica muy guapa, pero aquella minifalda y aquel frotarse con Miguelito. Yo a mi hijo siempre lo llamé Miguelito, aunque tiene ya más de cincuenta años. Igual anda ya cerca de los sesenta, últimamente no recuerdo bien las fechas.

Y claro, acabaron divorciándose cuando la encontró con un amigo en la cama. Ella alegó que él siempre andaba con otras, lo dicho era una mala persona.

Así que Miguelito anda ahora por no sé qué país árabe, ganando dinero para las pensiones que tiene que pagar. Pobre, no pudo ni venir al entierro de la madre.

No puedo, intento levantarme para ir hasta el teléfono, pero no puedo. El dolor es muy fuerte y no tengo fuerza en los brazos ni las piernas.

Miedo no tengo, son ya muchos años de vida y sabía que se tenía que acabar en algún momento. No creo en el cielo ni el infierno y además si lo hubiera estoy seguro que iría al cielo. Nunca fui malo. Trabajé, saqué adelante una familia y no digo que fuera un santo, pero tampoco un demonio. Tengo mis defectos, como todo el mundo y seguramente hay cosas que no hice bien, pero en mi vida pesa más lo bueno que lo malo.

En el trabajo me costó mucho llegar a gerente de la empresa, muchos años de sacrificio, de lucha para mejorar y sacar a mi familia adelante. Si, tuve que pasar por encima de algunos que igual tenían más méritos que yo, pero no puedes dejarte adelantar por los otros porque ellos no tendrían piedad contigo. Si pisé alguna cabeza fue solo para evitar que pisaran la mía.

Con Leonor fueron no sé, no recuerdo ahora, pero más de sesenta años de convivencia. Y siempre fui un marido cariñoso que le di todo lo que necesitaba y más. Y lo de aquella Conchita fue una tontería sin importancia, los hombres ya se sabe que somos débiles y cuando nos buscan ¿qué podemos hacer?.

¿Qué habrá sido de Conchita?. Era guapita aquella chica y cuando la conocí me llamó la atención desde el primer momento. Y claro, Leonor acababa de parir a la niña y estaba muy ocupada. Yo era un hombre todavía joven y tenía mis necesidades.

Pero cuando me dijo que estaba embarazada, reaccioné. No podía estropear la vida a mi familia, no podía destruir todo lo que había conseguido, porque en aquella época un escándalo así hubiera destrozado mi carrera. Le conté todo esto a Conchita y le di todo el dinero que pude reunir sin levantar sospecha. Durante un tiempo lo pasé mal por miedo a que tratase de conseguir más, pero no volví a saber nada de ella…ni del embarazo.

Hace años estaba haciendo unas compras de Navidad en El Corte Ingles y me pareció verla. No estoy seguro, porque salí rápidamente sin volver a mirar hacia ella.

El dolor no pasa, más bien al contrario parece aumentar por momentos. Acabo de mearme y siento la humedad en la pernera del pantalón. Me molesta pensar que cuando descubran mi cadáver huela a orines, siempre me produjo rechazo ese olor como a mohoso que despiden muchos viejos. Es el olor de la corrupción.

Es triste no tener a nadie cerca para morirse. En los últimos meses pienso mucho en el fin y nunca lo imaginé así, solo, sin nadie alrededor de mi cama.

Dicen que en los últimos momentos recuerdas toda tu vida. Yo no me atrevo, me da miedo pensar que no mereció la pena.

Se me empieza a nublar todo…

Escrito en Oviedo, a 19 de Noviembre de 2022




Imagen creada con IA

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2 Comentarios

  1. Suelen decir que todo es como acaba y no cómo empieza. Pero no se puede obviar que el final depende de cómo empezó todo.

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  2. A la hora de terminar, seguro que queremos ver el inicio de color de rosa

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