Sobre el blog

Historias alegres que parecen tristes, historias rancias en busca de unas gotas de modernidad, relatos ingenuos pero cargados de mala intención

UN EPISODIO DESAFORTUNADO

 

UN EPISODIO DESAFORTUNADO


Nos gustaba dedicar un tiempo a los prolegómenos, como llamaba Ezequiel al calentamiento. También, los padres debieron quedar descansados poniéndole ese nombre al pobre, que cuando lo bautizaron aún no había hecho nada que pudiera merecer semejante castigo.

El caso es que en los quince años que llevábamos juntos, casados por la iglesia y el juzgado, que lo nuestro era algo muy serio, nos gustaba dedicar tiempo a los prolegómenos o el calentamiento o como se quiera llamar. Yo le estaba acariciando los testículos, cuando se me ocurrió decirle como parte del juego:

  • ¿Y si me da por apretar? – y le comí la oreja.

  • No tienes valor – dijo él, mientras me comía la mía.

Lo que más me molesta es que después de tantos años aún no me conociera lo suficiente. Soy incapaz de resistirme a un desafío y él siempre me dijo que esta audacia era lo que más le gustaba de mí.

¿Qué podía hacer yo?

Apreté la mano, con sus testículos dentro de ella. Y claro, reconozco que aprieto fuerte, no en vano voy a gimnasio cinco días por semana y hago levantamiento de pesas y otros ejercicios de fortalecimiento.

  • Ríndete, listillo – se lo dije con cariño.

Yo quería dejar este juego y pasar a otros más agradables, pero él me lanzó un golpe con su brazo derecho mientras se ponía totalmente rojo. Y apreté, apreté más. Sentí que algo se rompía entre mis dedos y entonces lo solté, momento que aprovechó para llevarse la mano al pecho y quedar desmadejado encima de la cama.

  • Venga, Ezequiel, no seas payaso – empezaba a estar asustada.

Pero no se movió.

Le di un par de bofetadas a ver si reaccionaba, pero no reaccionó.

  • Me parece que está muerto – me dije a mi misma.

Ezequiel siempre había sido un blando. Era hijo único y su madre lo crio entre algodones, creo que por eso se casó conmigo cuando ella murió, para tener una madre sustituta. Y hasta entonces las cosas fueron bien, él ganaba un buen sueldo, era fontanero y ese oficio está muy cotizado.

A veces, cuando nos acostábamos y yo tenía ganas de sexo, le cantaba aquella copla de “necesito un fontanero para que me tape el agujero” y me lo tapaba con mucho gusto para los dos. Pero ahora solo se le había ocurrido retarme, el muy idiota, y mira lo que había conseguido.

Me da mucha pena haber terminado así una relación tan larga y tan llena de amor como la nuestra. Pero aparte de la pena, tenía que pensar en cómo salir del lio. Total, a Ezequiel ya no lo iba a resucitar y tampoco me apetecía pasar un montón de años en la cárcel. Seguro que él, que siempre decía que me quería mucho, no querría que me pasase eso.

Tenía que inventar algo que fuera creíble, algo más normal. No me imaginaba explicando a la policía que le había reventado los testículos por una apuesta. Y acabaría en la cárcel, la gente me insultaría, ni siquiera podría reclamar la herencia de Ezequiel que tenía media docena de pisos alquilados en el centro, heredados de su madre que había heredado unas fincas en zona turística y había invertido el dinero en viviendas en la ciudad. Cuando saliera de la cárcel, estaría vieja y fea y habría perdido también mi trabajo de profesora de gimnasia en el colegio de las monjitas. Pobres, tampoco podía darles ese disgusto a ellas.

Pensé que podía hacer. Ezequiel era muy soso y muy seriecito, así que no tenía una amante a quien poder echarle la culpa ni algún mafioso al que debiera dinero ni nada por el estilo. Antes me gustaba saber que era un hombre que iba del trabajo a casa y de casa al trabajo, pero ahora resultaba un incordio. Me serví un wiski, encendí un porro y me puse a pensar. Y entonces me vino la idea salvadora.

Busqué en los anuncios por palabras, en la sección de servicios:

Morena, tetuda, cachonda. Atiendo a domicilio” Y un número de teléfono.

Puse un pañuelo delante de la bocina del teléfono para distorsionar la voz y concerté la cita. Me vestí con un traje y una camisa de Ezequiel y me desmaquillé. Tengo el pelo corto y podía pasar por un hombre.

Cuando llegó yo me había puesto una gorra que Ezequiel usaba por el verano para que no se fijase en los rasgos de mi cara, la hice pasar a otra habitación y cuando me dio la espalda para desvestirse la sujeté por la espalda y le puse un pañuelo en la boca hasta que perdió el conocimiento. Tengo la fuerza muscular de muchos años de gimnasio y no me costó mucho trabajo. La llevé a la habitación donde estaba Ezequiel, le inyecté una dosis doble de cocaína que guardábamos para nuestras noches especiales y le dejé la aguja clavada en el brazo. Busqué un cuchillo de monte que teníamos guardado por si alguna vez íbamos de excursión, se lo apreté en la mano de la chica y la hice apuñalar al pobre Ezequiel en el estómago. Para dar más realismo a aquella orgía le inyecté una nueva dosis de cocaína y con el cuchillo le hice dos cortes en el estómago en forma de cruz, como si fuera una marca de una secta. Me pareció que la puta estaba muerta, porque no se quejó ni nada.

Limpié mis huellas del cuerpo de la chica, me duché y me cambié de ropa y salí de la casa llevando la ropa sucia. Paseé por el centro y fui mirando las papeleras que estaban cerca de las tiendas de ropa hasta que encontré un tique datado a las 16,45 de aquel día. Correspondía a la venta de una camisa. Entré en la tienda y compré una camisa igual que pagué en efectivo. La muerte de Ezequiel se había producido a las 17,00 aproximadamente. Llamé a casa por teléfono y dejé un mensaje:

Cariño, estoy en el centro buscando algo de ropa. Ya me compré una camisa, pero necesito una falda. Espero llegar pronto”

Fui a otra tienda y me compré una falda gris, muy mona.

Busqué en Google Maps la dirección de alguna lavandería automática que quedara lejos de casa. Encontré una y lavé la ropa que llevaba puesta en casa cuando recibí a la puta. Después de lavada y seca, comprobé que no quedaba ninguna mancha de sangre, le hice varios desgarros y la metí en uno de esos depósitos de ropa de segunda mano que Cáritas distribuye por toda la ciudad. Seguro que cuando la recogieran, al ver los desgarros la desecharían y destinarían a la basura.

La tarde estaba muy agradable y me sentía bien. Lo había planeado todo de forma perfecta y me sentía orgullosa de mi inteligencia. Comí un helado sentada en un banco del parque, me entretuve viendo jugar a los niños en los columpios y me propuse ser madre en cuanto tuviera oportunidad. Hasta encontré una compañera del gimnasio a la que conté que llevaba toda la tarde de compras:

  • Y total, solo encontré una blusa y una falda, hija. El sábado tendré que salir otra vez.

Nos despedimos y cogí un autobús para volver a casa. Por el camino fui planeando cuidadosamente lo que iba a hacer. Cuando entrase en casa, pegaría un grito desgarrador para que lo sintieran los vecinos y llamaría a la policía, presa de un ataque de nervios.

Cuando me preguntasen, les demostraría que había estado toda la tarde de compras, tenía el tique de la compra de la blusa a las 16,30 y la compra de la falda a las 18,00. Y desde mi casa al Centro hay media hora en autobús. Y lloraría y les diría que no me lo podía creer, que Ezequiel nunca me había sido infiel y que nuestro matrimonio iba muy bien, que estábamos pensando en tener un hijo. Que precisamente ese fin de semana estábamos planeando ir a algún hotel de la sierra a pasar dos o tres días para intentar que me quedase embarazada. Cuando llegué a mi parada sentía ganas de llorar de verdad por todo lo que había perdido. Es verdad que iba a ganar bastante cuando me hiciese cargo de la herencia, pero en eso ya pensaría más tarde.

Subí caminando para tener la respiración un poco entrecortada cuando llamara a la policía y abrí la puerta para entrar en casa. Hubiera jurado que había cerrado con llave al salir, pero la cerradura cedió con media vuelta de llave:

  • Los nervios del momento – pensé.

Atravesé el pasillo y al llegar al salón creí que la imaginación me jugaba una mala pasada.

Ezequiel, sentado en el sofá, tenía vendado el torso y la puta estaba sentada en una butaca, con aspecto de tener una resaca enorme. A su lado un hombre alto y atractivo, con unas esposas en su mano, me dijo:

  • Está vd. detenida. Voy a leerle sus derechos.

Ezequiel me miró como pidiendo disculpas por no haberse muerto. Según supe después, durante el juicio, parece que en vez de un infarto solo había tenido una pérdida de conocimiento y el cuchillo le había pinchado en las costillas rompiéndole una, pero no había afectado a ningún órgano vital.

En cuanto a la puta, que era consumidora habitual de cocaína, heroína y otras sustancias, tres dosis de cocaína solo consiguieron hacerla perder el conocimiento, según dijeron los forenses, pero no la mataron y pudo declarar ante la policía. En el juicio no testificó porque un mes antes apareció muerta en un callejón por una sobredosis, esta de verdad, de un cóctel de varias drogas.

Estoy segura que cuando salga de la cárcel Ezequiel me estará esperando y volveremos a ser felices. Siempre nos quisimos y lo pasado, pasado. 

Yo le perdono todo.



iMAGEN CREADA CON ia




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2 Comentarios

  1. Me gusta que las parejas resuelvan sus problemas, aunque estos, más de carne, sean de sangre.

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