Sobre el blog

Historias alegres que parecen tristes, historias rancias en busca de unas gotas de modernidad, relatos ingenuos pero cargados de mala intención

LA ABUELA

 

LA ABUELA




La abuela Magdalena siempre había sido muy especial para mí. Y creo que yo también lo soy para ella. No conocí al abuelo Joaquín que murió un año antes de que yo naciese y creo que la abuela me dedicó todo el cariño que ahora le sobraba.

Para poner las cosas en contexto, voy a contaros que pertenezco a una familia que podríamos clasificar de clase media. Mi padre es abogado y tiene un despacho laboralista que colabora con varias organizaciones sindicales. Él dice que es un trabajador de cuello blanco, un obrero de las leyes, pero casi nadie se lo cree, porque los obreros generalmente no viven en un chalet adosado en una cómoda urbanización habitada por profesionales y pequeños empresarios. Mi madre es enfermera y gana un sueldo cómodo y decente en un hospital público. Así que clase obrera, no creo que seamos.

Tengo dos hermanas mayores, que siempre fueron el ojito derecho de mi otra abuela, la abuela María Luisa, que es muy aficionada a los vestiditos almidonados de las niñas, a la educación convencional de las señoritas en los colegios de monjas y todas esas cosas. Tengo que reconocer que mis hermanas cumplieron todas sus expectativas.

Mis padres fueron y son unos buenos padres, pero claro, estaban tan ocupados con sus negocios y sus profesiones que no les quedaba otro recurso que ejercer sus deberes paternales a tiempo parcial. Y el asunto se agravó cuando nací yo, cinco años después que mi hermana más joven, cuando mis padres eran más viejos y tenían menos paciencia que cuando nacieron sus hijas. Así que subrogaron sus obligaciones conmigo a la abuela Magdalena. Siempre pienso que en realidad yo fui un hijo no deseado, uno de esos que se conciben después de una fiesta, cuando los controles se relajan y el alcohol nubla el entendimiento.

La abuela Magdalena es una mujer pequeña, de pelo blanco, siempre muy pulcra en el vestido y muy prudente y comedida. Si un académico de la lengua le hiciera un examen, estoy seguro de que no podría encontrarle ninguna falta y lo mismo si el examen lo realizara algún miembro de la Real Academia de Ciencias Morales.

Le gusta madrugar, porque como ella dice la cama es una obligación y la vida es devoción. Después de desayunar se arregla y viste con el decoro que observó durante toda su vida, siempre de negro desde la muerte del abuelo. Pero siempre porta la ropa con elegancia y a sus vestidos, sus abrigos e incluso sus chaquetas, blusas y pantalones no les falta nunca un punto de coquetería que solo se percibe cuando la conoces bien, como la conozco yo.

  • Abuela, que bien te queda esa chaqueta ¿es nueva?

  • Ay, Juan, que zalamero eres. Si, es nueva. Tuve que retirar la anterior porque ya estaba un poco sobada. Pero es igual que la otra.

Pero no, ninguna era igual que la anterior, porque las escogía con cuidado, siempre a la última, aunque invariablemente el color fuera negro. Y siempre que compraba una prenda, era porque la anterior estaba ya “un poco sobada”. La abuela siempre tenía una justificación para sus gastos, por otra siempre adecuados y proporcionados a sus posibilidades.

Asistía todas las mañanas a misa de once, a la parroquia del Sagrado Corazón, su iglesia desde que se casó y fueron a vivir a La Florida, aquel barrio nuevo que se construyó al inicio de la etapa del desarrollismo a finales de los años cincuenta, cuando poco a poco se empezaba a salir de la época más tenebrosa de la dictadura.

Y todos los viernes acudía a confesar con don Joaquín, un cura mayor que la había visto hacerse mayor a ella todos aquellos años. Seguro que don Joaquín era capaz de conocer el contenido de la confesión antes de que la abuela se arrodillase en el confesionario. Todos los viernes la confesión era la misma.

  • Ave María Purísima.

  • Sin pecado concebida, hija – decía don Joaquín con resignación.

  • Padre, me acuso de que ayer tomé un pastel de postre y ya sabe que el médico me lo tiene prohibido por la diabetes – la abuela no tiene diabetes, pero tanto le insistió al médico que acabó poniéndole un régimen. Es difícil resistirse a la abuela.

  • Hija, eso no es pecado, en todo caso una imprudencia.

  • Si, pero el domingo cuando salía de misa, estuve hablando con doña Rosario y no le hice mucho caso, me acuso de haber pensado que era una pesada, siempre hablando de su hijo que es Notario por oposición.

Don Joaquín estuvo a punto de decirle que a él, doña Rosario también le parecía una pesada de tomo y lomo, pero que la aguantaba porque era una feligresa fiel y constante, algo que en los últimos tiempos escaseaba.

  • Bueno, hija, eso es un pecadillo venial, arrepiéntete y el Señor no te lo tendrá en cuenta – le decía el sacerdote con la esperanza de terminar pronto, porque la abuela, como doña Rosario, también era un poco pesada.

  • Si, padre. Pero además…

Y le desgranaba todo su calendario de actividades de la última semana, que por supuesto no tenía nada de pecaminoso.

  • Y por las tardes, después de dormir un poco la siesta, una cabezadita nada más, me siento y escribo un rato.

  • Hija, escribir no es pecado. Todo lo contrario es un buen ejercicio para mantener la mente activa.

  • ¿Está seguro, padre? – duda la abuela

  • Si, hija. Puedes estar tranquila.

Y con eso y un par de padrenuestros de penitencia la abuela se quedaba tranquila hasta la semana siguiente. Don Joaquín, si por él fuera no le habría puesto ninguna penitencia por aquel simulacro de pecadillos, pero una vez que lo intentó tuvo a la abuela enfadada y sin ir a comulgar durante toda la semana.

Yo siempre iba a buscarla a la salida de misa y después dábamos un paseo por el parque si hacía buen tiempo.

  • Hola, Juan ¿Qué tal te va?. Últimamente no te veo nada por la iglesia.

  • No, don Joaquín, tengo mucho trabajo y no me da tiempo a nada.

Don Joaquín me decía lo mismo todos los viernes desde hacía bastantes años. Cuando me hice mayor y empecé a ir a la Universidad dejé de ir a la iglesia, pero don Joaquín nunca se rendía y al final habíamos llegado a un acuerdo tácito. Él siempre me preguntaba lo mismo y sabía lo que yo le iba a contestar, pero esto nos permitía conservar el mutuo afecto y respeto que ambos nos teníamos.

Después llevaba a la abuela a tomar un café a la cafetería Garal, un local con más de cien años de antigüedad en el centro histórico. El abuelo la llevaba siempre a desayunar allí cuando ella salía de misa y de comulgar y yo mantenía la tradición. “La felicidad está hecha de estas pequeñas cosas”, me decía siempre mientras mojaba la media luna en el café.

Los sábados los dedicaba a mis asuntos, soy un hombre todavía joven y tengo amigos y amigas con los que me reúno y salgo a cenar y bailar. Si tengo suerte, alguna amiga me acompaña a casa y disfrutamos mutuamente, con cariño pero sin obligaciones que nos resulten agobiantes. El domingo desayuno con mi amiga, pero después voy a recoger a la abuela a la una en punto, tomamos un vermut que para mí es vermut rojo con una gotas de Campari y para mi abuela un zumo de melocotón, que le encanta. Y después comemos en su casa y paso la tarde con ella, haciéndole compañía.

Es una vida cómoda, lo más parecido a la felicidad, sin sobresaltos, hasta la semana pasada.

En los ratos libres me gusta escribir relatos, cuentos y hace dos meses presenté cuatro a un concurso. La semana pasada me comunicaron que uno de mis relatos había sido el ganador. Tengo que ir a la entrega de premios el mes que viene, es en Madrid, en un hotel de cuatro estrellas, porque es un premio de cierto prestigio.

Le pedí a la abuela que me acompañase y ella se emocionó mucho. Sin embargo a mis padres no les pareció nada bien.

  • Hijo, no te basta con meterte tú en esos líos, que además quieres llevar a tu abuela. Desde luego, no tienes cabeza – dijo mi madre

  • Un ingeniero bien considerado como tú ¿Qué pensarán tus clientes – mi padre era más práctico.

También le pidieron a la abuela que no me acompañase, mi madre llegó a decirle que a su edad tenía menos cabeza que yo, por lo que la abuela le dio un bofetón y después se echó a llorar.

Yo, que tampoco quería líos, le dije que si prefería no venir, que por mí no se preocupase.

  • Abuela, por encima de todo no quiero que lo pases mal.

  • No, hijo, ya sabes que me hacía ilusión. Pero tanto me dicen…

Entonces se le iluminó la cara y dijo:

  • Mira, voy a pedirle consejo a don Joaquín. Y haré lo que él me diga.

Y el viernes se arrodilló nuevamente en el confesionario:

  • Ave María Purísima

  • Sin pecado concebida, hija

  • Don Joaquín, tengo un problema muy gordo y necesito su consejo.

Don Joaquín pensó que tendría algo que ver con doña Rosario o con la dieta que se saltaba de vez en cuando, pero quedó sorprendido cuando la abuela le contó el problema.

  • A mi nieto, a Juanito, le dieron un premio en un Concurso por uno de esos cuentos que le gusta escribir.

  • Que bien, cuanto me alegro doña Magdalena.

  • El caso es que quiere llevarme a la fiesta de la entrega de premios, que es en Madrid…

  • Es natural, Juanito la quiere mucho, desde siempre.

  • Pero mi hija no quiere que vaya.

  • Doña Magdalena, seguro que su hija tiene miedo que un viaje así la fatigue, seguro que lo hace pensando en su bien.

  • Don Joaquín, dígame la verdad ¿Cree que peco si acompaño a mi nieto?

  • Doña Magdalena, el cariño hacia los nietos nunca puede ser pecado, todo lo contrario, es algo que al Señor le agradará. Eso, si se siente con fuerzas para el viaje.

Y la abuela me lo contó, feliz y contenta, nada más verme a la salida de misa.

Mis padres todavía eran reticentes y seguían insistiendo en que no debería acompañarme. Como último recurso, aunque ella no era creyente, mi madre le preguntó:

  • ¿Se lo consultaste a don Joaquín?

  • Si, y me dijo que el cariño nunca podía ser pecado.

Mi padre se la quedó mirando. Sabía que la abuela nunca mentía.

  • Estos curas de ahora, no hay quien los entienda.

Y fuimos a Madrid a recoger el premio.

Hay un pequeño secreto que solo conocemos la abuela y yo. Había presentado cuatro relatos .El ganador “Coito anal” está escrito por la abuela y yo lo presenté como si fuera mío porque ella no quería aparecer como autora. Le daba un cierto reparo.

Pero la verdadera ganadora del “X Concurso Internacional de relatos eróticos y pornográficos” es mi abuela Magdalena.

Qué pena que nunca lo sabrá nadie más que yo.



Imagen creada con IA









Publicar un comentario

4 Comentarios

Agradeceré tus comentarios aquí

Me gusta