Y para celebrar el fin de semana, os dejo un relato de edificante superación personal. Que lo disfrutéis
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Siempre fui una persona optimista por
naturaleza. Así, cuando me cortaron la pierna derecha por encima de la rodilla
pensé que si bien perdía una extremidad, a cambio ganaría en cariño de los
demás, que al verme físicamente disminuido sin duda tendrían especiales
consideraciones hacia mí. Para un viudo que apura sus últimos años es más
importante sentirse querido que caminar con agilidad.
Cuando subí a aquel autobús abarrotado estaba
seguro que como de costumbre, en cuanto viesen mi caminar renqueante, mi bastón
y mi prótesis de titanio reluciente, me cederían un asiento. Me dirigí al fondo
del autobús, mi zona preferida.
Varios pasajeros iniciaron el gesto de ir a
cederme el asiento, pero el más rápido fue un individuo de mediana edad,
aspecto insignificante, ojos pequeños y maliciosos y una calvicie prematura que
daban un aspecto un tanto cómico a su cabeza de pepino.
Iba yo a adelantarme para tomar asiento,
cuando el sujeto acomodó su chaqueta un tanto arrugada del viaje y volvió a
sentarse.
El resto de los pasajeros, al verse
inicialmente ganados en lo que presumían un gesto de cortesía, desistieron de
su actitud y se desentendieron del asunto, cada uno dedicado a sus
preocupaciones.
No pasó nada hasta dos paradas más adelante.
El individuo se levantó de su asiento y mientras yo iniciaba la aproximación al
mismo sacó su reloj de bolsillo, comprobó la hora y tornó a sentarse. Esta vez
tuve la sensación de que algunos pasajeros percibían la maniobra y se sonreían
de la insolencia de aquel hombrecillo.
Nuevamente volvió a realizar la falsa maniobra
en la siguiente parada y volví a errar de sus intenciones, pues rebuscó en el
bolsillo de su pantalón, sacó un arrugado pañuelo y volvió a sentarse. Esta vez
estaba seguro de que me había lanzado una mirada maliciosa y que por lo menos
dos pasajeros sonreían abiertamente.
Me retiré corrido y avergonzado hasta la
puerta de salida a esperar mi parada de destino.
En la anterior a la mía, el fulano inició la
maniobra para bajarse del autobús y al pasar apresuradamente a mi lado me guiñó
un ojo.
Deslicé suavemente el bastón por delante de
su pierna más atrasada a modo de traba, le pegué un golpe con la puntera
metálica de mi prótesis en la espinilla
y me quedé viéndolo mientras caía aparatosamente.
A veces, cuando me deprimo pensando en mi
situación de tullido, recuerdo su cabeza de pepino chocando contra el borde de
la acera y el ruido sordo de su mandíbula rompiéndose contra la tapa de una
alcantarilla que casualmente se encontraba abierta y como escupía sangre y
dientes entre estertores.
Y se me pasa la tristeza.
5 Comentarios
Ha sido esta entrada un gran ejercicio de justicia poética.
ResponderEliminarY los recuerdos de la cabeza de pepino tienen que ser muy bonitos
EliminarGracias por tu comentario
EliminarUn poco vengativo. A pesar de la crueldad del individuo no debió actuar así. Buen relato que invita a reflexionar. Un abrazo
ResponderEliminarMuchas gracias por tu comentario, Nuria. Si, era un poco vengativo, como la vida misma
EliminarAgradeceré tus comentarios aquí