Un poco de humor, una pizca de fantasía y erotismo recién horneado. A ver si os gusta
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Al
despertar aún no se dio cuenta de que le habían crecido las tetas. Como todos
los días, los primeros minutos después de tocar el despertador no estaba del
todo despierto y hasta que tomaba el café no volvía del todo a la vida. Se
arrastró hacia el servicio con los ojos medio cerrados con la sana intención de
hacer el primer pis del día.
Abrió
la bragueta del pantalón del pijama y maquinalmente intentó coger su pene para
empezar a mear y entonces, de pronto, despertó del todo. No estaba allí, no
había nada que coger donde debería haber estado, allí donde llevaba toda la
vida no había nada. Agachó la vista pero por el camino vio algo que lo dejó aún
más confuso. Le habían crecido las tetas que presionaban por saltar los botones
de la chaqueta del pijama y salir a la luz. Bajó la vista hasta la entrepierna
y lo que tenía allí era una vagina. Si, las había visto mucho veces, en
revistas, en películas y a las dos o tres novias que había tenido. Había jugado
con ellas y hasta habían sido objeto de una glotonería sana y normal en un
hombre de su edad. Así que no había posibilidad de que se equivocase al
identificarla. Entonces supo que se iba a desmayar y tuvo que cogerse al marco
de la puerta del baño para no caer.
Fue
hasta la cama y se sentó sobre ella. Y se le ocurrió que seguramente continuaba
durmiendo, que todo era un sueño del que se reiría al despertar y que contaría
a sus amigos cuando estuvieran tomando unas cervezas.
Tengo
que despertar – se dijo- y se abofeteó
alternativamente la mejilla derecha y la izquierda. Entonces cayó en la cuenta de que su hermosa
barba de hípster de la que se sentía tan orgulloso había desaparecido de la
cara. Ahora tenía una piel suave y delicada donde antes había una mata de pelo
que le cubría las mejillas. Y no estaba durmiendo porque las bofetadas le
habían dolido, le habían dolido de verdad.
Se
desnudó, se puso frente al espejo del armario ropero y se obligó a mirarse. No,
aquella cara no era la suya, aquellos ojos verdes de gata y las facciones
delicadas, la piel suave, la forma ovalada y los labios rojos y sensuales. Pero
después de un rato mirándose tuvo que reconocer que sí, que si era su cara, era
su cara en femenino, media melena que le enmarcaba graciosamente la cara, pero
la mirada era la suya y no le quedaba más remedio que reconocerse.
Siguió
mirando y vio un torso sin rastro de pelo, unos pechos redondos y firmes, unas
caderas sensuales, las piernas bien torneadas que terminaban en una vulva
agradablemente rodeada de una mata de pelo ni abundante ni escasa, como le
gustaban a él las vaginas.
-
Dios, soy una tía y además estoy buena.
-
Pero que tonterías digo, tiene que haber una
explicación.
-
Ayer era un tío, tenía barba y la semana
pasada me acosté con Ana, que trabaja en El Corte inglés, una rubia muy
simpática. Y nos lo pasamos muy bien.
Se
fijó que tenía las uñas largas y bien cuidadas
-
Tengo que pintármelas en un tono pálido para
que resalte mi piel morena – pensó.
-
Pero que estoy pensando, yo no soy una tía,
ahora mismo me voy a cortar las uñas y después el pelo para demostrarlo.
Pero no hizo nada. Se quedó mirándose en el espejo sin
poder creer lo que veía.
-
Coño, si me estoy poniendo cachondo de verme.
Decidió
desayunar y al mirar el reloj se dio cuenta que llegaría tarde al trabajo. Era empleado
de un banco y al director no le parecía nada bien que los empleados llegasen
con retraso. Así que desayunó, se aseó y se vistió. Eso fue un problema porque
las camisas le quedaban estrechas debido al crecimiento de los pechos y los
pantalones flojos en la zona de la bragueta.
-
Sin falta esta tarde tengo que comprarme un
par de sujetadores – se dijo mientras bajaba en el ascensor. Y ni reparó en que
estaba pensando como una mujer.
Estaba
preocupado, no sabía que iba a decir en el Banco cuando se fijasen en sus
pechos.
-
Hace poco leí que había medicamentos que
producían ese efecto. Seguro que es eso lo que me pasa. El jarabe para el
catarro que tomé la semana pasada, seguro que es eso.
En
aquellos momentos, con la confusión que sentía, no se dio cuenta que el jarabe
no podía justificar la vagina en vez de pene, ni la desaparición de la barba ni
la cara de mujer.
En
el banco nadie pareció asombrarse de que ahora tuviera cuerpo de mujer, cara de
mujer, pechos de mujer. El director la miró con severidad y después le señaló
el reloj, pero a continuación no pudo evitar dedicarle una sonrisa amistosa.
-
Que, Luisa ¿se te pegaron las sábanas?
¿Luisa?
Siempre había sido Luis y además el director cuando llegaba tarde nunca le
obsequiaba con una sonrisa. Y nadie se extrañaba de su cambio ni echaba de
menos su barba.
Tampoco
los clientes se extrañaban de su aspecto y todos la llamaban Luisa.
A
las diez empezó a notar un agujero en el estómago, siempre tomaba un café y un
pincho a esa hora para reponer fuerzas. Iba a levantarse para salir cuando
sintió que le decían detrás de ella:
-
Luisa, guapa ¿vamos a tomar el café?
Era
Juan, el Interventor, un hombre de mediana edad pero todavía de buen ver.
-
Si, voy – recordó que cuando era Luis salían
a tomar el café juntos casi todos los días.
Cuando
estaban en el bar, Juan la miró y le
dijo:
-
La verdad es que si fueras un hombre o no
fueras tan guapa, menuda bronca te habría echado el “dire” hoy. Llegaste media
hora tarde.
-
Bueno, no es para tanto. Seguro que si te
pasa a ti tampoco te habría echado la bronca.
-
Si me pasa a mí me come. Ya sabes el carácter
que tiene.
-
Pero lo entiendo. La verdad es que cada día
estás más guapa, aunque si escogieses un poco mejor la ropa que usas aún
estarías mejor. Ese traje parece de hombre.
La
verdad es que no sabía que decir. Juan nunca le había dicho esas cosas. Claro
que antes no era una mujer, como ahora.
-
Pues mira, aciertas, porque este traje era de
mi padre. Por cierto ¿te acuerdas de que estás casado?
-
Mujer, no te estaba intentando ligar, aunque
no es por falta de ganas. Pero Maruja me caparía si se entera.
Antes
de marchar tuvo gana de ir al servicio, así que por costumbre entró en el baño
de caballeros. Dentro estaba otro cliente del bar que no supo que decir. Se dio
cuenta del error y por primera vez en su vida se ruborizó bajo la mirada de un
hombre
-
Disculpa, me equivoqué de puerta.
-
No te preocupes, le puede pasar a cualquiera.
Pasaban
los días y poco a poco se iba acostumbrando a su nuevo género, que también
tenía sus ventajas. A veces le cedían el paso en las puertas o incluso en
alguna ocasión le habían cedido el asiento en el metro. Y había descubierto que con una sonrisa
conseguía más cosas que antes poniendo cara de mala leche. Y estas cosas le
gustaban.
Había
otras que no, que no le gustaban, que la enfadaban. Sobre todo los tipos que se
aprovechaban de los apretujones en el metro para restregarse a ella. Intuía que
lo que era una molestia y una grosería, para muchas mujeres que tenían la
desgracia de vivir con esta clase de tipos tenía que constituir una verdadera
tortura y no quería ni pensar en las mujeres víctimas de violencia de género.
Pero no era su caso, ella era una mujer independiente y no admitía según qué
cosas.
El
día anterior se le había arrimado un tipo baboso en el metro y había empezado a
restregarse contra ella cada vez que una frenada, un arranque o cualquier otro
pretexto le proporcionaban una disculpa para hacerlo. La segunda vez lo miró
con cara de pocos amigos pero el individuo no se dio por aludido. La tercera
vez le cogió directamente lo huevos y apretó. Primero se mostró sorprendido,
después se puso cara de dolor, de un dolor brutal que ella sabía exactamente en
qué consistía y se dobló sobre sí mismo. Con su mejor sonrisa, le dijo:
-
Perdón, señor ¿se encuentra mal?
El
otro la miró con odio y no dijo nada. Se bajó en la primera parada renqueando y
sujetando su bragueta con la mano derecha como si temiera que se le fuese a
caer.
Y
llegó el momento que había estado esperando y temiendo al mismo tiempo. Un
viernes Juan la invitó a cenar:
-
Anda, mujer. Que Maruja está en casa de su
madre, no va a volver hasta la próxima semana y me siento muy solo.
-
Bueno, pero solo cenar y nada más – le dijo
ella sabiendo que no iba a ser así. Juan le gustaba, era un tipo elegante, buen
compañero y buena persona.
Al
vestirse para salir se dio cuenta de cómo había cambiado desde que había
cambiado. Antes hubiera salido tranquilamente con una chaqueta verde y unos
pantalones azules y los hubiera combinado con unos calcetines amarillos. Ahora
escogió un traje de chaqueta gris claro, una camisa crema y unos zapatos de
tacón mediano. No puso medias, hacía calor. Y se pintó los labios de un rosa
suave. Nunca se maquillaba, era una costumbre que le había quedado de antes. Y
finalmente se perfumó con unas gotas de Dolce Gabbana. Se miró al espejo y se
confesó que se gustaba.
También
le gustó a Juan.
-
Estás guapísima – le dijo
-
Gracias – y no pudo evitar ponerse colorada,
solo un poco.
Cenaron,
estuvieron bailando y casi sin saber cómo acabaron en su casa. Se sentaron en
la salita a tomar la última copa. Juan no se decidía, seguramente porque eran
amigos, compañeros de trabajo y le había prometido no llegar más lejos.
Ella
estaba nerviosa, era su primera vez como mujer y entonces le entró una duda.
- - ¿Seré virgen? – pensó y no pudo evitar una
sonrisa.
- - ¿De qué te ríes? – le preguntó él
Decidió
tomar la iniciativa.
- - ¿A qué te gustaría acostarte conmigo?
- - Claro. Eres muy guapa y te tengo mucho
cariño.
- - ¿Y por qué no te decides?.
- - Te prometí no llegar más allá.
- - Ya llegamos más allá. Desde que te invité a
tomar una copa en casa y aceptaste.
No
sabía lo que iba a sentir. Y se sintió extraña cuando besó a alguien con barba
y cuando le acarició el miembro viril que había crecido como en otros tiempos
crecía el de ella (o él) en momentos similares. Pero estaba desconcertada,
tenía la sensación de estar haciendo algo malo.
- - ¿Qué te pasa? – le susurró Juan.
- - Nada – le mintió.
Entonces
él bajó la mano hasta su botón del placer. Un estremecimiento le recorrió todo
el cuerpo y a partir de ahí sensaciones que nunca había sentido.
-
Lo que me perdí estos años por no ser mujer –
pensó antes de precipitarse en un orgasmo
largo y maravilloso.
Pero
no todo era maravilloso en su nueva vida de mujer. A los pocos días, al
levantarse vio asustada que tenía las bragas manchadas de sangre. Ya estaba a
punto de llamar al Centro de Salud cuando se dio cuenta de lo que le pasaba. Le
había bajado su primera regla.
Y
fue una molestia que además la pilló desprevenida, No se le había ocurrido
comprar productos de higiene femenina y tuvo que arreglarse con un par de pañuelos
hasta que bajó a la calle y pudo comprar tampones en el supermercado.
Fueron
tres días molestos, en los que se sentía sucia y húmeda todo el tiempo y se
obsesionaba pensando si le podría traspasar la ropa y con cualquier disculpa se
miraba ante cualquier espejo que pasaba para comprobar que no.
- - Bueno, supongo que me iré acostumbrando – se
dijo cuándo le pasó el periodo.
Un
día mientras dormía, sintió que le ponían una mano en la frente y una voz
masculina le decía suavemente:
- - Sr. Sánchez, ¿está despierto?¿se encuentra
bien?
Abrió
los ojos. El que le hablaba era un médico y le sonreía.
- - ¿Dónde estoy?
No
se le ocurrió otra cosa que preguntar.
-
Está en el Hospital Central. Hace una semana
le atropelló un automóvil y estuvo en coma desde entonces.
- - ¿un coche?¿en coma?... ¿Es, es muy grave? -
tartamudeó
- - Sí le atropelló y no, no es grave. No se
preocupe no tiene nada que temer. No le quedará ninguna secuela salvo algunos
episodios parciales de amnesia que remitirán pronto.
De
pronto recordó. Se tocó la entrepierna con las manos y allí tenía su pene como
siempre. Ya no tenía tetas y cuando pasó la mano por la cara comprobó que
volvía a tener su barba de hípster.
-
Supongo que no se acordará, pero es probable
que haya soñado mucho y que incluso pueda recordar algún episodio de sueño como
si hubiera sido una experiencia real. Es debido a la medicación que le
aplicamos
- - No, no lo recuerdo – mintió él. No quería
entrar en explicaciones.
-
Bien, pues a recuperarse pronto – y se dio la
vuelta para seguir con su ronda de visitas.
Sintió
que había sido bastante feliz siendo mujer y que le daba pena perderlo para
siempre.
- - Doctor.
- - Si, dígame.
-
¿No podría recetarme esa medicación para
tomarla de vez en cuando?. Me hizo dormir muy bien.
- - No, no se puede tomar salvo en casos de
amnesia y con control médico. Supongo que lo dice en broma – Y salió de la
habitación.
Pero
no lo había dicho en broma y se sintió decepcionado.
En
la ventana la luz palidecía ante la llegada de la noche.
Y
se quedó tumbado, tocándose literalmente los huevos recién recuperados.
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