Después de varias correcciones en el relato, al transcribirlo al blog, pude comprobar que tenía justamente 666 palabras, el número de la bestia.
Supongo que es una simple casualidad.
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Siempre había sido muy retraído y
le costaba trabajo hacer amigos. Tanto, que no tenía ninguno. Ni en el colegio
ni después en el seminario y tampoco en las parroquias por las que había
pasado, siempre con más pena que gloria. En ninguna le habían hecho un homenaje
o despedida cuando se fue.
Por eso, cuando el obispo lo
escogió para cuidar de aquella capilla, donación de una vieja marquesa y
situada en el extremo oeste de una península de tres kilómetros cuadrados,
colgada sobre el océano y a caballo del acantilado, se sintió feliz. Según les
había dicho el albacea, no había nadie alrededor de aquellas tierras, solo una
aldea deshabitada.
El tren lo dejó en la estación de
un pueblo que parecía casi abandonado y no pudo hablar con nadie porque nadie
le abrió las puertas en las que picó. El único bar del pueblo estaba cerrado y
tampoco encontró ningún medio de transporte, así que tuvo que caminar con su
maleta que contenía dos mudas de recambio, una sotana, unos zapatos y los
utensilios de aseo personal. Eran todas sus posesiones, junto con un breviario
que llevaba en el bolsillo derecho de la sotana y un rosario que había heredado
de su madre, muerta el año anterior.
En las instrucciones que les
había dado el albacea sobre la situación de la capilla, decía que se encontraba
a cinco kilómetros de la estación término donde lo había dejado el tren. Por el camino empezó a llover, primero de
manera suave y mansa y más tarde de forma torrencial y hasta agresiva por lo
que pronto se encontró totalmente mojado de un agua fría que le calaba hasta
los mismos huesos. Empezó a tiritar y
cuando por fin divisó el viejo edificio de la capilla estaba exhausto y a punto
de desfallecer. Al llegar a la puerta se encontró con la sorpresa de que la
casa y la capilla estaban limpias y ordenadas, había una pequeña huerta que
tenía plantadas diversas hortalizas y hasta un jardín en medio de aquel terreno
árido y pedregoso.
-
Buenos días, padre
-
Buenos días, hija – se sorprendió de encontrar a
alguien.
-
Soy Boira, su ama de llaves.
Nadie le había advertido de que
hubiera un ama de llaves.
-
Tendrá hambre. Le he preparado la cena.
-
Gracias, hija. Que Dios te bendiga.
Después de cambiar su ropa mojada
por una muda seca tomó una cena sencilla, pero muy nutritiva. Y el padre Elías
se retiró a su alcoba.
Cuando estaba a punto de dormirse
se abrió la puerta y Boira, como un espectro en medio de la noche, entró en la
habitación.
-
Estoy enferma, padre. Permítame acostarme en su
cama y deme un poco de calor. Dios le premiará la buena obra – dijo el ama de
llaves
El padre Elías no supo que decir.
Nunca había estado con una mujer, aunque en sus sueños había añorado muchas
veces esa intimidad.
Cuando la acogió en su cama sintió
como el alma se le escapaba a borbotones.
Una semana más tarde el obispo,
preocupado de no tener noticias del padre Elías, mandó a dos sacerdotes a
averiguar lo que pasaba.
La capilla estaba medio derruida
y semejaba no haber sido habitado en mucho tiempo. La maleza cubría la entrada
y tuvieron que casi derribar la puerta para poder entrar.
Dentro, sobre un jergón de paja y
una manta apolillada y sucia, el padre Elías estaba desnudo y yacía abrazado a
una vieja guadaña sin duda olvidada hacía años por anteriores moradores. La
cuchilla, llena de óxido y orines le entraba por el ojo derecho y asomaba su
punta por la nuca del fraile.
Hablaron con el obispo y
decidieron prender fuego a la capilla con el padre Elías dentro. Nadie debía
saber lo que había pasado.
Al derruirse la edificación por
obra del fuego, justo en el centro del lugar donde había estado el jergón, las
llamas dejaron grabada en el suelo la silueta de la guadaña.
5 Comentarios
La muerte fue a buscarlo de una manera del todo inquietante. Aunque creo que antes del último suspiro, el padre tuvo un momento de placer.
ResponderEliminarMi más sincera enhorabuena me parece un relato de diez, conciso, ameno,muy bien narrado y además sabes mantener el interés del lector.
ResponderEliminarMuchas gracias por tu amable opinión. Te invito a seguir leyendo mis relatos
EliminarElías puso rumbo hacia la muerte sin poder atisbar por un instante que le estaba aguardando. Me ha resultado muy sugerente tu relato y creo que el argumento es suficientemente bueno para darle una continuación, con la guadaña como protagonista final ¿Lo habías pensado?
ResponderEliminarGracias por tu comentario. No me había planteado la continuidad de la guadaña como personaje, pero me lo pensaré
EliminarAgradeceré tus comentarios aquí