Desde
principios de curso, empezaron los problemas con los de COU B.
Los
dos grupos queríamos usar el campo de
futbol y era ellos o nosotros.
Nosotros
éramos más, pero ellos eran mayores y más fuertes.
Cuando
nos uníamos y bajábamos juntos al campo, no tenían fuerza suficiente para
desalojarnos, pero si nos dividíamos, entonces aprovechaban su ventaja y
salíamos perdiendo.
Siempre
había algunos golpes por el medio. Era la lucha de clases.
Un
día, nuestro delegado de curso que casualmente se llamaba Felipe González,
anunció que había llegado a un acuerdo con los otros, que nos repartíamos el
campo y que desde ahora se acababa la lucha de clases.
El
primer día que nos tocaba fuimos todos juntos al campo, nadie nos molestó.
El
segundo día estábamos más confiados y faltaron
algunos.
Al
cabo de dos semanas, solo fuimos al campo la mitad de la clase.
Nos
estaban esperando, nos dieron una buena paliza y nos echaron.
Supimos
que habían nombrado a Felipe González capitán de su equipo.
Yo
lo defendí ante los nuestros porque no nos había contado ninguna mentira. Era
cierto que había llegado a un acuerdo con los otros y también que se acabó la
lucha de clases, porque nunca nos atrevimos a volver.
Y
además nos robaron el balón.
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