Era viernes y llovía. El
agua rebosaba los sumideros de las alcantarillas formando charcos en la calle,
mientras la gente pasaba apresurada, resguardándose debajo de sus paraguas,
paraguas negros como alas de cuervos.
Se paró debajo de una
cornisa, donde intentó resguardarse del agua y se entretuvo contemplando un
gato callejero semioculto debajo de la
tapa corrida de una alcantarilla cercana, que observaba con avidez a una enorme
rata gris que luchaba contra el torrente de agua de lluvia que la arrastraba
hacia las garras del gato al que aún no había visto, porque su mirada maligna
estaba clavada en la mirada indiferente del hombre que distraído continuaba
contemplando la avidez del gato.
Cuando paró la lluvia, el gato se había comido la rata y el hombre continuó su camino. La enorme rata gris estaba infectada de rabia.
Y ahora también el gato.
No será hasta el lunes siguiente cuando se desencadene la tragedia. El hombre cruzará la misma calle,
pisará sin percatarse la cola del felino, que revolviéndose le arañará y
morderá furiosamente transmitiéndole la enfermedad.
Y desde la boca de la alcantarilla la cabeza decapitada de la rata seguirá mirándole fijamente.
Pero eso será el lunes. Hoy, después de la lluvia salió el sol y todos son felices.
Todos menos la rata.
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