Sobre el blog

Historias alegres que parecen tristes, historias rancias en busca de unas gotas de modernidad, relatos ingenuos pero cargados de mala intención

SU SOMBRA

 

SU SOMBRA


El sÔbado salió con varios amigos para celebrar que el miércoles había cumplido treinta años. Tomaron varias cervezas, fumaron algún porro y a las tres de la mañana se encontró solo, sentado en la silla de un pub abarrotado de trasnochadores.

El que ponĆ­a la mĆŗsica en el local debĆ­a de haber tomado demasiadas compuestas alcohólicas o puede que hubiera aspirado mĆ”s de lo que debĆ­a por la nariz, porque despuĆ©s de un breve silencio empezó a sonar una canción que casi nadie conocĆ­a cantada por alguien que podrĆ­a haber sido el abuelo de los que estaban en el pub “Vidala para mi sombra de Atahualpa Yupanqui”.

Emilio fumaba en ese momento el enĆ©simo peta de marihuana, cuando sintió desgranar aquellos versos con la voz rota de Atahualpa y se sobresaltó “a veces sigo a mi sombra a veces viene detrĆ”s”.

Nunca había pensado que su sombra lo pudiera seguir y miró con aprensión a su espalda. La luz vacilante del cubículo a aquella hora no era propicia para generar sombras, así que siguió embebido en sus pensamientos hasta que alguien, algún amigo, lo cogió por el brazo y lo sacó a la calle. El bar cerraba las puertas hasta el día siguiente.

Cuando despertó miró el reloj despertador. Marcaba las 12:30 del domingo 24 de Marzo y pensó que se le estaba haciendo tarde para salir a tomar el aperitivo habitual de los dĆ­as de fiesta. Sin abrir todavĆ­a los ojos, pensó si estarĆ­a solo en la cama o habrĆ­a dormido acompaƱado. Extendió la mano izquierda y pudo comprobar que el resto de la cama estaba vacĆ­a, asĆ­ que poco a poco abrió los ojos, solo para contemplar a travĆ©s de la ventana un dĆ­a nublado que amenazaba lluvia. 

Cuando salió a la calle, por algĆŗn motivo recordó la canción de la noche anterior y miró detrĆ”s de si, pero los dĆ­as nublados  nadie alcanza a ver su propia sombra. Olvidó el asunto y cuando se encontró con la pandilla de amigos se incorporó rĆ”pidamente a las rondas de cerveza y a las aspiraciones de los efluvios de marĆ­a y se olvidó pronto de los recelos anteriores.

Empezó la semana con días nublados y chubascos como corresponde en los inicios de la primavera. Pero el jueves, cuando iba a trabajar al taller mecÔnico donde ejercía de contable, en la parada de un semÔforo, miró casualmente a su izquierda y vio su sombra, pegada a sus zapatos, proyectada por el sol que salía por el este.

Empezó como un juego a tratar de separarse de ella, a perderla de vista. Al cruzar de acera el sol quedó tapado por varios edificios altos y él se alegró de ver que desaparecía. Pero poco le duró la alegría, en la siguiente manzana la calle quedó iluminada por la luz solar y su sombra volvió a seguirle, pegada a sus zapatos. Así jugando con sol y sombras llegó al taller y se metió en la oficina, bajando las persianas para evitar que la luz de la ventana pudiera traerla de nuevo. No quería que ninguna sombra le controlase la vida, él era libre y no iba a permitir aquel atropello de su intimidad.

A lo largo de la mañana se fue tranquilizando, reconfortado dentro del caparazón acogedor de la oficina. Pero fue salir a comer a la cantina que estaba frente al taller, y de nuevo allí estaba la sombra siguiéndole, saliendo de la suela de sus zapatos. A los compañeros les pareció un poco raro cuando lo vieron correr a refugiarse debajo del alero de la cantina para que el sol no lo viese y le enviase nuevamente a su sombra, pero no dijeron nada. Aquel día le tocaba a Emilio pagar los cafés y hay gente capaz de cualquier cosa por ahorrarse una ronda.

Con la llegada del buen tiempo, el sol lucĆ­a casi todos los dĆ­as y la sombra lo perseguĆ­a con fruición. Buscó en Internet y encontró un grupo llamado “la sombra enemiga” que sostenĆ­a la delirante teorĆ­a que estĆ”bamos vigilados por nuestras propias sombras, que manejaban un grupo internacional dirigido por George Soros, El Papa de Roma, los comunistas, los polĆ­ticos homosexuales y los ecologistas. Con una pequeƱa aportación de 50 euros anunciaban que le mantendrĆ­an informado de las novedades que fueran surgiendo sobre la conspiración y consejos para dar esquinazo a las sombras.

Por supuesto, mandó los cincuenta euros y recibió una contraseña para poder entrar en la pÔgina web de la organización, que contaba las mismas tonterías que se podían leer sin necesidad de contraseña, pero Emilio no lo notó y pensó que estaba en el buen camino.

Coincidió que durante varios días estuvo nublado y pensó que gracias a sus nuevos amigos había conseguido dar esquinazo a su sombra. Pero el viernes salió el sol y nuevamente se le vió corriendo para taparse del sol en cada esquina, nuevamente se quedó en la oficina a la hora de comer pretextando que no tenía hambre. Y cada día madrugaba antes de que amaneciese para no coincidir con su sombra al ir a trabajar. El problema venía a la hora de salir. El taller cerraba a las seis de la tarde y por aquellos días no oscurecía hasta las diez de la noche. Eran los días mÔs largos del año.

Al principio probó a esperar a que se hiciera de noche para salir del taller, pero el dueño empezó a sospechar algo raro, porque Emilio siempre era de los primeros en salir y aquel cambio de actitud le hizo sospechar que quería quedarse con algún fin inconfesable, así que le dijo claramente que a la hora de cerrar el taller tenía que irse, como todo el mundo.

El problema venƭa porque en el camino de vuelta llevaba el sol a su espalda y por tanto la sombra se alargaba delante de Ʃl. Si era duro huir sabiendo que la sombra le seguƭa por detrƔs, el verla delante, de manera que por mucho que corriese nunca la podƭa dejar atrƔs se le hacƭa insoportable.

Salía y empezaba a correr para alcanzar rÔpidamente la primera esquina donde la luz del sol no lo alcanzaba, si bien solo por un breve trayecto porque volvía a descubrirlo al dar la vuelta a la esquina, la sombra volvía a adelantarlo burlona y el volvía a correr desesperado. Los compañeros opinaban que últimamente estaba abusando de los canutos de marihuana y que debería contenerse en el consumo.

Una tarde, exhausto después de haber corrido durante media hora tratando de adelantar a su sombra, entró en un bar en el que nunca había estado, con la intención de tomar una cerveza y refrescarse. Se sentó en una mesa situada en una esquina en la que no llegaba la luz y se puso a saborear la dorada bebida, coronada con una capa de espuma, como a él le gustaba.

Cuando empezaba a relajarse disfrutando de la agradable penumbra y la frescura de la cerveza, de pronto empezó a sonar el fondo musical de “Vidala para mi sombra”, si bien esta vez en la versión de Jorge Cafrune. Se quedó aterrorizado, pensó que los amos de las sombras lo perseguĆ­an hasta aquel bar apartado y que nunca podrĆ­a huir de ellos. Torpemente lio un peta y se puso a fumar y entonces escuchó el verso revelador que daba solución a sus problemas “a veces sigo a mi sombra y a veces viene detrĆ”s, pobrecita si me muero con quien va a andar”. AllĆ­ tenĆ­a la solución, el mensaje liberador.

Salió del bar sin preocuparse del sol que le alcanzaba por el oeste. Solo cantaba y repetĆ­a “pobrecita si me muero con quien va a andar”.

Cuando llegó a casa, abrió el gas del horno, metió la cabeza dentro y fue muriendo poco a poco. En sus últimos momentos no se percató que el sol declinante entraba por la ventana de la cocina y proyectaba su sombra contra la puerta del frigorífico.

Cuando descubrieron el cadÔver al cabo de varios días, avisaron a su única hermana, que vivía en Zaragoza y tuvo que venir precipitadamente para organizar las exequias. No tenía mÔs familia cercana, el padre había muerto hacía varios años y la madre vegetaba en una residencia para mayores, mÔs muerta que viva por una demencia que ya le había hecho olvidar a sus hijos, a su marido muerto y a toda la familia.

LucĆ­a, la hermana, arregló los papeles necesarios, avisó a los pocos amigos de Emilio que conocĆ­a y dispuso que despuĆ©s de la incineración depositaran sus cenizas en la tumba familiar, un sencillo panteón vertical orientado al sur que desde las primeras horas de la maƱana hasta el ocaso, recibĆ­a los rayos de sol  que paseaba la sombra del monumento funerario por todo el camposanto.

“pobrecita si me muero con quien va a andar”

 

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