Tuve que asistir al funeral por motivos
sociales. El muerto era un antiguo cliente de la gestoría, aunque casi
desconocido para mí.
Me situé a la altura del crucero central de
la iglesia, para poder acceder fácilmente a la viuda una vez terminada la ceremonia.
A mano derecha, presidía el altar lateral un
sombrío cuadro de María Inmaculada triunfante, pisando la cabeza de la
serpiente. A la izquierda un San Esteban sangraba profusamente por las heridas
producidas en su cuerpo por varias flechas.
Durante el funeral el olor del incienso y la
luz mortecina que traspasaba las vidrieras azules me hicieron caer en un estado
de sopor progresivo. Y entonces vi a la serpiente deslizarse suavemente desde
debajo del pie de la Inmaculada. Reptando silenciosamente por el suelo se situó
detrás del féretro y de alguna manera inexplicable para mí, penetró en el mismo.
En ese momento desperté. Estaba oscuro, pero
a la altura de mis pies unos ojos malignos me vigilaban. Era la serpiente.
Horrorizado, traté de incorporarme. Mi cabeza
y mis manos tropezaron con lo que
parecía ser una tapa de madera que me impedía el movimiento. Entonces comprendí,
estaba encerrado en mi ataúd.
Y la serpiente seguía mirándome, fijamente.
Imagen creada con IA
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