Era un hombre optimista, proactivo y con
gran capacidad para empatizar.
Todo el mundo opinaba que era una persona
que irradiaba felicidad hacia los demás.
En sus ratos de ocio, le gustaba escribir
cuentos. Y siempre le salían unos relatos tristes y tiernos, historias de
amores infortunados que hacían llorar a quien los escuchaba.
Se pasó la vida tratando de escribir
narraciones alegres, que hicieran felices a los oyentes y que congeniasen con
su carácter.
Nunca lo consiguió. Murió a las edad de
noventa y cinco años, rodeado por los suyos, pero íntimamente frustrado.
Nada es lo que parece.
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