Cuando lo vi llegar era demasiado
tarde, no tuve tiempo para cambiarme de acera.
Caminaba, como siempre,
apoyándose en un bastón. Pero renqueaba más y se le notaba más viejo, más sucio
y más triste. Los ojos, acuosos, lloraban seguramente por una ración de vino peleón.
Me dijo, con su acento
tristemente alcohólico, que hacía varias noches que dormía en la calle. Le
habían echado por no pagar la pensión.
Le di veinte euros y me alejé
sin mirar a mi padre a los ojos, mientras pensaba ya en otra cosa.
Un agradable viento de
primavera secó una lágrima que asomaba a mi ojo derecho y entre dientes empecé
a silbar una copla de moda.
2 Comentarios
A veces 20 euros no son demasiado para justificar una emoción que no se tiene
ResponderEliminarVeinte euros son capaces de comprar muchas almas y en algunos casos todavía están sobrevaloradas
ResponderEliminarAgradeceré tus comentarios aquí