Un año soñando con quince días de sol y playa.
Cada mañana se levantaba y miraba el horizonte desde la
terraza de su apartamento, alquilado con
los ahorros de todo un año de duro trabajo.
Y cada mañana el horizonte le devolvía una estampa de
tiempo nublado, chubascos y tormentas.
Después se ponía el chubasquero y se acercaba a la playa,
a ver la lluvia azotar las tumbonas dispuestas para unos turistas ausentes.
Al final de la primera semana, conoció a Fátima, que también
buscaba un sol que nunca se dejaba ver. Se cayeron bien y pasaron juntos los
días que les quedaban.
El sol no salió, pero ellos se dieron calor todas las
noches de aquella semana y se miraron a los ojos con ternura durante los siete
días que les restaban de vacaciones.
Por las tardes bajaban a pasear a la playa y ni siquiera
sentían la lluvia que les mojaba los rostros. No les importaba, así nadie podía
ver las lágrimas de felicidad que les corrían por las mejillas.
Cuando acabaron las vacaciones se despidieron a la puerta
del hotel y nunca se volvieron a ver.
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