Cuando
leyó el lema publicitario "Semana Santa en tiempo real", no dudó en comprar
aquel paquete vacacional.
El
jueves llegó a aquel pueblo perdido en el tiempo, que sesteaba a la sombra de
los Montes de Toledo como si no hubiera hecho otra cosa en los últimos
siglos.
Una
vez instalado en el hotel, recibió una invitación a participar en la procesión
del Viernes Santo. El concejal de festejos en persona vino a traérsela.
Le
reservaron el papel de Cristo y sintió un orgullo difícil de entender por su
ateísmo militante.
La
mañana del viernes, salió a dar un paseo por la población. Los vecinos lo
miraban con un deje de tristeza y los niños querían tocarlo como si de un
personaje famoso se tratara.
Cuando
se vistió de Cristo para la procesión, le indicaron que debía ir descalzo. Ya
en los primeros pasos algún guijarro se le clavó en la planta de los pies.
Mientras arrastraba
la cruz, que era de madera de pino, sintió que los latigazos de los soldados no
eran una simulación. La espalda le sangraba de forma abundante al llegar al
montículo que emulaba el Calvario.
Al ver al soldado levantar la maza para golpear el enorme clavo que habían apoyado en
su muñeca, supo que no iba a sobrevivir.
Pensó,
mientras el clavo horadaba su carne, que pagar las vacaciones con un cheque sin
fondos no había sido una buena idea.
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