Sobre el blog

Historias alegres que parecen tristes, historias rancias en busca de unas gotas de modernidad, relatos ingenuos pero cargados de mala intención

UN GATO

 




A los ochenta años ya hacía seis que le faltaba la mujer, después de cincuenta y un años de convivencia. Así que Jacobo era un experto en soledades varias y en tener una vida rutinaria.

Pasaba muchos días en los que no hablaba con nadie vivo, aunque todos los días mantenía después de la comida, durante la hora de la siesta, un diálogo con su mujer, en el que le contaba las últimas noticias de la prensa y si lo había llamado la hija por teléfono, le contaba las últimas novedades de los nietos. Pero esto pasaba raramente porque vivía lejos, en otro país y siempre estaba ocupada con el trabajo y los dos niños. Que eran ya dos adultos que vivían emancipados, pero Elena le decía que no tenía tiempo para nada, hablaban cinco minutos y enseguida se despedía.

Un día, cuando se iba a acostar, vio que dos ojos lo observaban a través de la parte exterior de la ventana. De momento se asustó, subió la persiana, pero afuera no había nadie. A la noche siguiente volvió a observar lo mismo y de la misma manera no vio a nadie al levantar la persiana. Jacobo era hombre tranquilo y decidió que seguramente sería un gato que pasaba todas las noches por el alféizar de su ventana para ir a ver alguna gata de los alrededores.

Como la visión se repetía, empezó a coger la costumbre de no levantar la persiana cuando lo veía, para no asustarlo. Se acostaba y se ponía a hablar con el gato. Se decía a si mismo que eran imaginaciones de viejo, cosas de la edad, pero todas las noches le contaba vivencias antiguas y actuales y tenía la sensación de que dentro de su cabeza, el gato le contestaba y le contaba a su vez relatos de sus vida gatuna.

-      Tonterías, me estoy volviendo un viejo chocho.

Lo decía en voz alta, pero en su fuero interno esperaba que fuera verdad, que por fin tuviera un amigo con quien hablar, aunque fuera un gato del que solo conocía los ojos verdes que lo miraban.

Una mañana, al levantarse, vio en la almohada rastros de baba y tuvo que frotarse los ojos y tocarla con sus manos para convencerse de que era real.

Es una baba de gato – dijo en voz alta – así que es real, existe y esta noche estuvo en mi cama.

A partir de aquella noche dejaba la ventana de la habitación entreabierta, para facilitarle la labor al gato.

-       Seguro que la primera noche había dejado la ventana de la cocina abierta y se coló por allí – se engañaba Jacobo con toda la inocencia de la que era capaz.

Unos días despertaba con babas de gato en la almohada y otras no, pero ahora sabía que tenía un amigo. Recuperó la ilusión y todas las mañanas esperaba un rato antes de levantarse, con los ojos cerrados saboreando la posibilidad de que el gato hubiera dejado su baba en la almohada, como muestra de su visita nocturna.

Murió un mes después de la primera aparición del felino. El médico dictaminó que tenía un tumor en la laringe y se había ahogado con una de sus propias flemas.

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