Después de las comidas, siempre comía de pie para no
darse cuenta de su soledad, se sentaba en el sofá, ponía la
televisión en voz muy baja y se dedicaba a dormitar y pensar, todo junto y
revuelto en su cabeza de viejo ya amortizado por la vida.
En ese duermevela, hacía balance de lo que había sido su
vida y solo encontraba fracasos.
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Fui un mal hijo, no atendí a mis padres como
debía. Estaba muy ocupado con mis pequeños egoísmos y preferí meterlos en una
Residencia y olvidarme de ellos.
Los visitaba
media docena de veces al año y al final, entre la demencia de ellos y el
egoísmo de él, llegaron a ser unos perfectos desconocidos.
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No fui un buen padre. No acerté a darle
ejemplo o cariño a mi hija Carla, pero ahora me paga con la misma moneda que yo
les di a mis padres. Me manda una postal por mi cumpleaños y me dedica una
llamada breve en Navidad.
Recibía de Carla lo que le había dado. Era egoísta
como él, malhumorada como él y llevaba camino de ser tan fracasada como él.
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También mi matrimonio fue un fracaso.
Cuarenta años de un educado aburrimiento, cuarenta largos años de soledad juntos.
Ni siquiera fuimos fieles y lo peor es que tampoco nos importó demasiado.
Nunca había sido tierno con su mujer, pero tenía la
disculpa de que ella nunca había sido cariñosa con él.
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Por lo menos, puedo decir que en mi trabajo
no fracasé, porque ¿Cómo puede fracasar un funcionario? Toda una vida como
conserje en un ministerio, cuando me jubilé salí por la puerta sin decir adiós
ni echarlo de menos.
En cuarenta y cinco años podía decir sin orgullo
que no había tenido ningún amigo en su trabajo. Y tampoco fuera de él.
Al enviudar creyó que podría empezar una nueva
vida. Y fue así, ahora no tenía a su lado a nadie que le recordara su soledad,
por eso dedicaba las tardes a rememorar lo solo que había estado toda su vida.
Aburrido de darle vueltas siempre a lo mismo, en
primavera empezó a salir por las tardes a pasear hasta el parque que tenía
cerca de su casa. Y a falta de otra cosa que hacer se aficionó a presenciar las
partidas de petanca que los mayores jugaban todas las tardes.
Un día que a uno de los equipos le faltaba un
jugador lo invitaron a incorporarse a la partida, lo que aceptó más por tedio
que por interés.
Resultó un jugador medianamente hábil. Gozaba de
una buena vista y no le temblaba el pulso todavía, que era más de lo que podían
decir la mayoría de los jugadores. Y quedó integrado en el equipo.
El segundo verano que estaba en el equipo, que en
un alarde de originalidad se llamaba “Los lobos grises”, hubo un campeonato
local de petanca y decidieron participar.
Llegaron a la final. Sus contendientes se llamaban
“Ojos de águila” pero se ve que los años los habían deteriorado porque todos
llevaban gafas.
Jugaba de apuntador y el juego les rodó bien al
principio, pero después de varias rondas de tiro, estaban empatados a 10 puntos
y tenían dos puntos ya marcados a falta únicamente de sus dos lanzamientos. Las
bolas de sus contrincantes habían quedado muy descolocadas y solo necesitaba
una bola de punto junto con las dos de sus compañeros, que estaban muy juntas y
cercanas al boliche, para ganar. Para un apuntador como él era fácil, no
necesitaba aproximarlas demasiado para quedar mejor situado que las del otro
equipo. Los suyos daba el campeonato por ganado y los contrarios se habían
resignado a la derrota. Ninguno lo había visto nunca fallar bolas tan fáciles.
Lanzó la primera que salió muy desviada. Sus
compañeros le miraron con odio pero él les sonrió y sin pensarlo dos veces
lanzó la segunda bola.
La bola pegó un golpe seco, un fuerte impacto a las
dos bolas que tenían marcadas para punto, desplazándolas lejos y dejando
colocadas las tres bolas más próximas del equipo contrario.
Había perdido la partida y detrás de él sintió a
Paco, el capitán de su equipo, que le decía con ira contenida.
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No vuelvas a jugar con nosotros.
Despacio recogió sus bolas y sin mirar atrás se alejó sonriendo.
2 Comentarios
Bravo!!!
ResponderEliminarYo no podría poner jamás como protagonista de una historia a alguien tan odioso. Mi subconsciente no me lo permitiría.
Me temo que a mi me atraen especialmente este tipo de personajes. Seguramente yo soy también un poco odioso. O por lo menos un algo sociópata.
ResponderEliminarMe alegro de que te haya gustado, a mi también me gustan tus relatos, son más empáticos que los mios.
Agradeceré tus comentarios aquí