Cuando desperté en mitad de la noche, ya era irremediable. Ni un rayo de luz atravesaba la oscuridad total que me rodeaba. Todo el día había tenido una extraña sensación que no auguraba nada bueno.
No podía pensar con claridad, aunque sabía lo que me jugaba.
Traté de recordar como era la habitación de la posada. La cama estaba situada frente a la puerta de la habitación y a la izquierda se abría la entrada del exiguo baño. La luz se encendía con un conmutador situado a la derecha del cabecero.
Y estaba seguro de no haber dejado encendida la luz del baño. Pero ahora la bombilla parpadeaba de manera intermitente arrojando extrañas sombras sobre el espejo del viejo ropero.
Estaba paralizado, pero a pesar de la angustia conseguí extender el brazo y encender la luz.
Lo peor empezó entonces.
2 Comentarios
La noche suele ser una ingrata caja de sorpresas.
ResponderEliminarY las malas digestiones redundan en pesadillas ;-)
EliminarAgradeceré tus comentarios aquí