Hacía casi dos milenios que lo habían crucificado y empezaba a estar harto de tener continuamente los brazos abiertos y aquella incómoda corona de espinas que le daba unos dolores de cabeza tremendos.
Y por las noches tenía frío, con aquel taparrabos. Los clavos de las manos le daban calambres.
Pero lo peor era ver todos los días a tanta gente, la misma gente, arrepintiéndose de las mismas faltas, que ellos llamaban pecados. ¿No aprendían nunca?.
Así que se bajó de la cruz, robó unos pantalones vaqueros y una camisa a cuadros en la sacristía y marchó en busca de personas normales.
Encontró muchas, todas lejos del aire viciado de la nave de aquel templo.
Imagen de Frank Meitzke en Pixabay
1 Comentarios
Hola Ángel Muy interesante el cuento. Me gustó mucho. Un abrazo 🐾
ResponderEliminarAgradeceré tus comentarios aquí