A Cristóbal todo el mundo lo apreciaba en el barrio. Había
alquilado un piso, un piso pequeño, de una sola habitación, hacía ya más de
veinte años. Era un primero situado encima del bar y que debido a los ruidos no
tenía mucha aceptación para los posibles inquilinos, así que lo pudo alquilar
barato. A él no le molestaban los ruidos, porque estaba casi sordo y en casa se
quitaba el audífono y se dormía sentado frente a la televisión, ajeno a la
algarabía de los parroquianos.
Cristóbal era viejo, nadie sabía su edad, pero aparentaba
ochenta o más años, vestía pulcramente y siempre olía a jabón y colonia.
Colonia barata, de la que se compra en los mercadillos, con olor a lavanda.
Era empático con los demás, siempre estaba dispuesto a hacer
un favor a quien lo necesitase, sonreía a todo el mundo y nunca le faltaba un
caramelo en el bolsillo para obsequiar a los niños que se le acercaban
gritando:
-
“Cristóbal, dame un caramelo”.
Conchi, la dependienta de la panadería, decía que Cristóbal
había venido a vivir al barrio cuando murió su mujer. Llevaban casados cuarenta
años, no tenían hijos y el no pudo soportar seguir viviendo en la casa que
tantos años habían compartido.
Conchi, que era fea, gorda y soltera pero de buen corazón,
ejercía de confidente de las viudas y las personas mayores y solitarias del
barrio y había adoptado a Cristóbal como su protegido. Todos los días le preguntaba
si se encontraba bien cuando acudía a comprar una barra de cuarto bregada y un
croissant para el desayuno del día siguiente y él la correspondía llevándole
una flor que había robado en el parque de la esquina y nadie se lo reprochaba
nunca, porque las flores morían en el parque sin que nadie más que Cristóbal se
fijase en ellas. Y Conchi agradecía aquella flor, porque nunca nadie se las
había regalado hasta que Cristóbal llegó al barrio.
Un día, cuando volvía de dar su paseo matinal y se dirigía a
la panadería con una flor en la mano, Cristóbal notó que un perro le venía
siguiendo. Al salir de la panadería le dio un trozo de pan y ya nunca volvieron
a separarse. Era un perro sin raza, sin ninguna identificación y tan necesitado
de cariño como el propio Cristóbal.
Ya la estampa de Cristóbal y Viriato, que fue como bautizó
al chucho, se habían hecho habituales para todo el mundo, cuando un día, de
pronto, dejó de ir por la panadería y nadie volvió a verlo paseando por el
barrio.
Conchi, que había ido unos días a su pueblo a ayudar a una
hermana que había tenido un ataque al corazón, cuando volvió se extrañó de la
ausencia de Cristóbal. Preguntó por el barrio y nadie lo había visto desde
hacía más de una semana. Se acercó a llamar a la puerta del anciano y nadie le
contestó, pero le pareció sentir aullar débilmente a un perro.
Avisó a la policía, pero el piso era de un banco y hasta que
lograron encontrar a un responsable que les acompañase con un juego de llaves,
pasaron varios días. Para entonces ya los vecinos de puerta se quejaban porque
del piso del anciano salían malos
olores, como a comida podrida.
Cuando finalmente pudieron acceder al piso, Cristóbal yacía
muerto en el suelo de la única habitación y Viriato echado a su lado, a punto
de morir también de hambre y sed. Había salvado la vida gracias a que el
instinto de superviviencia le había impulsado a alimentarse con parte del brazo
derecho de Cristóbal.
Cuando paraba con algún amigo o conocido a tomar una cerveza
después del trabajo, Julio, el policía que había descubierto el cadáver siempre
contaba la historia del viejo y el perro:
-
Lo que más me impresionó fue la cara de
felicidad que tenía el cadáver del viejo y la mirada de tristeza del animal.
Y si el otro le preguntaba qué había pasado con el perro,
Julio le respondía:
-
En principio iban a sacrificarlo en la perrera,
pero cuando se supo la historia y que se había comido el brazo del viejo, se
recibieron más de cincuenta solicitudes de adopción.
Y Julio, que era
una buena persona, apuraba de un trago el resto de su cerveza.
Imagen de Anja-#pray for ukraine# #helping hands# stop the war en Pixabay
3 Comentarios
Buen relato, bien escrito
ResponderEliminarMuchas gracias por tu opinión. Me encanta que te haya gustado
EliminarCristóbal, más allá de la muerte, ayudó a su perro con una sonrisa.
ResponderEliminarAgradeceré tus comentarios aquí