Era joven, alto y guapo. Siempre iba vestido con prendas de temporada y de gran calidad. Sus largos y negros cabellos y su caminar elegante, hacían suspirar de amor a las muchachas y despertaban la envidia de los hombres.
Sin embargo, Pedro no era feliz. Se sentía muy inseguro. Salía a la calle lleno de complejos, se veía viejo, casi enano y horriblemente feo. Tenía la sensación de ir vestido con andrajos y procuraba evitar el encontrarse con conocidos por pura vergüenza de su aspecto.
La puerta de su armario tenía un espejo deformante y no lo sabía.
Su espejo duró más que él, que murió atropellado por un autobús que no alcanzó a ver mientras caminaba con la mirada gacha de pura vergüenza de su aspecto.
Y es que ya no se fabrican espejos como los de antes.
Imagen de Sarah Richter en Pixabay
2 Comentarios
Pobre hombre. Más le habría valido dejarse morder por un vampiro y convertirse en uno de ellos. Al menos, no se vería reflejado en los espejos.
ResponderEliminarMira, esa salida no se me ocurrió, aunque es un poco surrealista, jajaja
ResponderEliminarAgradeceré tus comentarios aquí