Esta semana toca un relato un poco más largo que en otras ocasiones. Así que para no fatigaros, he decidido publicarlo en dos entregas. Hoy terminará con un "continuará y la próxima semana tendremos el desenlace.
PULGUITA (Primera parte)
Marcial nació en una familia acomodada de clase media. El padre tenía un restaurante, un negocio familiar que había heredado y que le daba para vivir con holgura y tener unos ahorros en el banco, una segunda vivienda en la sierra y cinco camareros con contratos de cuatro horas que trabajaban de la mañana a la noche. La madre, funcionaria de profesión, tenía frecuentes bajas por depresión que solían coincidir con los meses de verano, cuando más trabajo había en el restaurante. Si un inspector de trabajo hubiera ido de visita, la habría encontrado en la cocina, echando una mano al cocinero ecuatoriano que era capaz de cocinar más de seis platos simultáneamente.
Creció como un príncipe heredero. La hermana mayor lo adoraba, los padres lo consentían y lo mimaban para compensar lo poco que lo atendían porque sus trabajos los hacían estar siempre fuera de casa y nunca le faltaban veinte euros en el bolsillo.
En el colegio no era de los primeros de la clase, ni tampoco de los segundos. Sobresalía, eso sí, en los deportes sobre todo en los deportes de contacto porque era alto y fuerte. Según las chicas, también era guapo.
Cuando empezó el bachiller ya había tenido tiempo de repetir un curso de la ESO, por lo que había consolidado esa ventaja física sobre la mayoría de los alumnos varones y esa atracción animal que inspiraba a algunas de las alumnas femeninas que tenían las hormonas en plena ebullición. No hace falta decir que era presuntuoso, fanfarrón y soberbio.
Cristina era bajita, delgada y de carácter tímido y reservado. Pero hay que decir que tenía una voluntad de hierro. Tercera hija de una familia modesta, se había propuesto estudiar matemáticas. En primero de la ESO había tenido un profesor que la había enseñado que las matemáticas no son una serie de fórmulas inconexas que se inventaron para torturar estudiantes, sino que eran una ciencia que partiendo de axiomas y mediante razonamientos lógicos estudian las propiedades y relaciones entre entidades abstractas. A ella que no le gustaba mucho la gente, la posibilidad de tener una profesión en la que se relacionase con entidades abstractas la enamoró. Su inteligencia natural y su fuerza de voluntad de hierro pusieron el resto para que fuera la perpetua número uno de la clase.
Aunque coincidían en la misma clase llevaban unas vidas tan alejadas que ni siquiera se saludaban si se cruzaban fuera de las clases o en la calle. Y todo habría seguido igual si un día al profesor de Física no se le hubiera ocurrido decirle a Marcial que debería tomar ejemplo de Cristina y esforzarse más. Se sintió humillado delante de toda la clase mientras Cristina ni lo miró, siguió con sus tareas y procuró ignorar el comentario que por otra parte se repetía con alguna frecuencia y que ella odiaba. Inconvenientes de ser la primera de la clase.
Cuando acabaron las clases, Marcial marchó con dos amigos, Julio y Abel, a tomar unas cervezas en una sala de billar donde no pedían carnet de identidad para servir alcohol. Mientras jugaban una partida, Julio que en el fondo detestaba a Marcial por su soberbia, le dijo cuando este falló una carambola bastante sencilla:
- Vas a tener que aprender billar de la Pulguita
Los que no eran primeros de la clase, ni tampoco segundos, llamaban Pulguita a Cristina porque era menuda pero sobre todo por envidia.
- A mi Pulguita me la chupa – Marcial ya llevaba dos cervezas y sentía que tenía que reivindicarse como macho.
- Eso si que no creo que lo consigas, chaval – le dijo Abel, metiendo más el dedo en la llaga que le habían hecho a su soberbia.
- Pues el primer día que me la encuentre, te voy a demostrar que si, capullo.
Se estaba enfadando y los otros no querían llegar más lejos, porque por la fuerza llevaban las de perder y además era el que pagaba las cervezas.
- Venga, déjalo ya, Marcial. Te toca jugar – dijo Julio para quitar hierro al asunto.
- No, yo solo tengo una palabra. Os apuesto cincuenta euros a que esa tía me la chupa.
- Oye, que nosotros no tenemos tanto dinero – alegó Abel
- Vale, pues veinte – remató Marcial.
- Venga, hecho. Tomaremos otra ronda para sellar la apuesta – dijeron los otros más por sacarle otra cerveza que por otra cosa.
Cuando salieron del billar se encaminaron hacia el parque. En la entrada se separaban y cada uno tiraba para su casa.
Cristina había estado en la biblioteca consultando unos libros de Biología para hacer un trabajo de clase. Habitualmente rodeaba el parque para ir a su casa, pero se le había hecho tarde y decidió atravesarlo.
Marcial la vio de lejos y se volvió a los otros:
- Mirar, la Pulguita entra en el parque. Ahora vamos a liquidar la apuesta.
- Bah, déjalo ya, Marcial.
- Cobardes, tenéis miedo perder, ¿no? Venga, seguirme a distancia sin que os vea.
Y lo siguieron. Era el líder y tocaba obedecer.
Era completamente de noche, en invierno oscurece temprano. Aquel día había llovido y no se veía a nadie. Al pasar al lado del camino de los Poetas, que era un callejón emparrado que usaban las parejas de enamorados para sus cortejos y toqueteos por lo discreto que resultaba, sintió que alguien la cogía del brazo y la arrastraba hacia allí. Por la oscuridad no pudo ver en un primer momento de quien se trataba
- No me haga nada, no tengo dinero.
(Continuará...)
Foto del autor.
2 Comentarios
Veremos qué tal. Me da que pulguita le dará una lección a esos cabrones.
ResponderEliminarEl próximo viernes saldremos de dudas, amigo
ResponderEliminarAgradeceré tus comentarios aquí